Capítulo XI. Andrómeda

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Perseo y Kaminari observaban atentamente, cada uno con un trozo de pan a medio comer en sus manos, mientras Kirishima llevaba la carreta, los tres escuchaban a Izuku explicarles como hacer vino en sus propias casas sin tener que comprarlo.

No era nuevo, cada vez que el tema de conversación cambiaba, el peliverde tenía algo nuevo e interesante que enseñarle al resto y todos se preguntaban cómo podía haber tanta información en alguien tan joven como Izuku. Incluso si el tema era la herrería, el fuerte de Kaminari, Izuku tenía algo que decir ; si se trataba de la pesca, el peliverde tenía un par de consejos útiles, cada historia o dato que salía de su boca era algo nuevo e interesante que aprender. Por eso no fue sorprendente encontrarse sumamente calmados escuchando fascinantes historias contadas por Izuku, mientras alguno de los hombres llevaba la carreta.

Muchas veces, Perseo se descubrió a sí mismo observando atentamente cada movimiento de Izuku, mientras contaba animadamente su historia, cada ademán en sus manos, cada una de sus sonrisas y lo divertido que era como las serpientes en su cabeza parecían reflejar su estado de ánimo, caídas cuando se sentía tímido, animadas cuando Izuku estaba emocionado o acechando cuando el más pequeño se mostraba molesto, algo que en todo el viaje sólo ocurrió una vez, cuando Kaminari bromeó sobre su “novio” Shoto.

Los tres se habían acostumbrado tanto al peliverde, como si siempre hubiese estado con ellos, como si lo conocieran de toda la vida o incluso antes, en otra vida. Y ahora, Perseo no podía evitar preguntarse, qué pasaría cuando Atenea lo regresara a lo que era antes, Izuku tal vez se alejaría de él para vivir con sus hermanas, o quizás podría finalmente aceptar formar una familia con algún noble, ese pensamiento siempre conseguía poner al cenizo de mal humor, pero siempre llegaba a la conclusión que no importaba a donde fuera Izuku, Perseo siempre estaría cerca para protegerlo, como lo prometió.

Pronto la fresca mañana dió paso a un día caluroso, los caballos que llevaban la carreta se movían despacio, estaban fatigados al igual que los viajeros. Kirishima llevaba a los agotados animales, Kaminari colgaba la mitad de su cuerpo por la parte trasera de la carreta para tratar de refrescarse un poco, Izuku se entretenía tarareando una extraña canción y Perseo dormía plácidamente en el regazo del peliverde, aunque Izuku no notó cuando llegó ahí.

Se mantuvieron avanzando por horas, debido a que evitaban las grandes ciudades terminaron en un camino desolado a las afueras de Etiopía, un lugar conocido por los peligrosos monstruos que acechaban los mares.

Mientras avanzaban por la saliente de un precipicio lograron escuchar el rugir del mar a lo lejos, pero había algo más, un sonido familiar pero aún desconocido. Pronto cabalgaron más cerca del mar y fue ahí cuando se dieron cuenta. El desgarrador grito de una mujer llegó hasta la carreta poniendo a todos alerta y despertando a Perseo.

El cenizo bajó de la carreta junto con Kirishima, lo que vieron los sorprendió. Un majestuoso castillo se levantaba como si emergiera de las furiosas aguas, frente a él se hallaba una enorme formación rocosa en la que yacía una mujer de largos cabellos rosas encadenada y tan solo a unos metros de distancia, de entre las profundidades claramente se veía el emerger de una criatura extraña.

Solo unos segundos y una gigante cabeza con tentáculos en lugar de cabello emergió de entre las poderosas olas, luego estuvo a la vista un rostro con piel ennegrecida y mohosa, entonces la criatura rugió y aunque su boca aún se hallaba bajo el agua, todos los presentes cubrieron sus oídos por la brutalidad del sonido.

Aquella criatura continuaba emergiendo y avanzando hacia la roca, la mujer encadenada sería su primera víctima.

Perseo corrió hacia la carreta seguido por Kirishima y se pusieron en marcha con dirección a la gran roca.

Cuando Perseo se enamoró de MedusaWhere stories live. Discover now