Capítulo 2

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Una sonrisa preciosa me recibió y yo me sonrojé casi al instante. Qué ridículo.

-¿Estás bien?- dijo tirando de mí para levantarme.

-Si, no ha sido nada.- conteste estúpidamente, sintiendo la mirada y las risas de Ali y Rea. Él pareció notarlo y sonrió. Era muy guapo.

-Nos vemos.- afirmó mientras me guiñaba un ojo y entró en el vagón. Después de un silencio en el que seguro que las tres observamos lo bien que le sentaban los vaqueros, Rea decidió abrir la boca.

-¿Qué ha sido eso?- preguntó sonriente.

-Nada.- conteste sin apenas poder disimular el rubor de mis mejillas.

-¿Te has fijado en cómo te miraba?- continuó

-Yo me he fijado en como le mirabas tú a él... -añadió Ali riendo.

-Solo intentaba ser amable.- mentí con descaro.

Nos acercamos a nuestros asientos, que por suerte eran de cuatro. Ali y Rea decidieron sentarse junto a la ventana, lo que me dejó a mí en el pasillo. Y mientras colocaba mis maletas escuché los susurros entre risitas de mis dos mejores amigas.

-¿Se puede saber qué os pasa ahora?

Ali me dirigió con una mirada sugerente al asiento que, en la otra fila, quedaba a mi lado.

Me di la vuelta discretamente y allí estaba, sentado y mirándome.

-Hola.- dijo entre risas.

Le saludé con la mano y sonreí mientras me sentaba, de nuevo avergonzada, pero esta vez por la actitud de mis amigas.

-Madrid, eh. ¿Qué se te ha perdido por ahí?- preguntó mientras se inclinaba hacia mí.

El viaje transcurrió rápidamente. Aquel chico, Alex, estuvo charlando con nosotras todo el camino. Era divertido, parecía interesado en todo lo que le contábamos, aunque no sé si realmente era el caso o sencillamente sabía ser encantador. Aquello acabó con un intercambio de números de teléfono.

En cuanto pusimos un pie en la calle, tal y como esperaba, llovieron las preguntas.

-¿Te gusta?

-Es mono- contesté.

-¿Vas a salir con él?

-Igual a tomar algo, si se da.

-¿Y si...?

-Vale.- interrumpí- el tema Alex por hoy está cerrado.- añadí entre risas.

-Chicas... Aquí empieza oficialmente nuestra juventud.- gritó Rea.

Nos abrazamos y chillamos como niñas de cinco años, pero qué le íbamos a hacer, éramos total y plenamente felices.

Cogimos un taxi hacia el que iba a ser nuestro nuevo hogar. Ali había sido la persona de contacto de nuestro casero, como siempre tomando las riendas de las gestiones importantes. Las tres mirábamos por la ventanilla, señalando edificios y locales, sintiendo algo de vértigo por lo grande que todo parecía.

Al poco tiempo llegamos a nuestro destino. En la puerta nos esperaba un afable señor con bigote, que miraba nervioso su reloj.

-Señorita Alicia, me supongo.- dijo estirando la mano para saludar a Ali y después a Rea y a mí.

-Así es. Ellas son Gala y Rea, mis compañeras de piso.

-¡Y mejores amigas!- puntualizó Rea, lo que pareció hacer gracia a aquel hombre.

-Un placer. Suban conmigo, les enseñaré la que fue mi casa durante muchos años y que ahora será la suya.

Era un cuarto piso sin ascensor, dato importante, porque el señor Baltasar, un hombre de unos setenta años, subió las escaleras con un paso mucho más acelerado que el nuestro, que acabábamos de cumplir los dieciocho. Al llegar a la puerta, necesitamos unos segundos para recuperar el aire, cosa que a nuestro casero pareció divertidísima.

Las miradas fugacesWhere stories live. Discover now