Distancia

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De nuevo no volvió a casa hasta el anochecer. No tenía ni idea de qué decir sobre su huída matutina, ni tampoco las idea de Douma habían dejado de darle vueltas por la cabeza, así que se la pasó vagando por las calles sintiéndose perdido. No importaba, no era la primera vez. Aunque, sí lo era el que se hubiera metido tanto en sus pensamientos que había suprimido su sentido del olfato.

— ¡Akaza! Que bueno que regresas. — lo saludó Keizo. — ¿Puedes venir por favor?

El pelirrosa detuvo su camino y se giró, encontrando en la sala no sólo a su maestro, su cuñada y su hermano, sino también a Kyojuro. Su corazón se detuvo un poco y sus pupilas se hicieron más pequeñas del shock. El rubio lo miraba con arrepentimiento, como si quisiera disculparse ahí mismo.

— Buenas noches, joven Soyama. — saludó con una sonrisa amable.

El alfa de nuevo sintió su corazón latir tan rápido que el aire comenzó a faltarle. ¡¿Qué tenían sus pulmones al querer dejar de funcionar?! El silencio que le siguió a ese saludo fue tan pesado que todos lo sintieron. Hakuji y Keizo se miraron confundidos, mientras que Koyuki tenía ganas de terminar con aquella reunión y sacar a Akaza de las miradas confundidas de los varones.

— Ehm… ¿por qué no te sientas? — insistió el mayor. — ¿Quieres comer? 

— ¿Por qué no contestas las llamadas? — preguntó su hermano.

El Soyama menor suspiró entrecortado.

— Lo rompí. 

Su voz había sonado tan baja que nadie había entendido lo que farfulló.

— No te…

— ¡Rompí. Mi. Celular! — gruñó, afilando más su mirada.

Estaba furioso, y su familia reconoció aquella forma de actuar al instante: estaba a la defensiva, se había erizado cuál gato y estaba listo para arañar a quien quiera que se acercara. La mirada dorada del alfa se había perdido en algún punto fijo del espacio, sin querer dirigir su ira a ninguno de los presentes, al menos seguía siendo prudente.

— Lamento incomodar, — se disculpó Rengoku, intentando llamar la atención del pelirrosa. — sólo me preocupé ya que no asististe a clase.

— Oh, ahora te preocupas. — se burló, mirando al profesor con miles de emociones brillando en sus ojos. — Que considerado de su parte, profesor.

— ¡Akaza! — lo frenó su hermano con dureza.

— No necesito su preocupación. — murmuró antes de irse.

Sentía la bilis en su garganta, sin embargo no tenía nada qué vomitar. No había comido nada sólido desde la cena anterior a aquella llamada, y el té verde estaba seguro que ya había sido asimilado. Entró a su cuarto, tomó la almohada de su futón desordenado y gritó en ella de pura frustración. Odiaba sentirse débil, odiaba no poder controlar sus sentimientos… y no podía evitar torturarse por la manera en la que se dirigió a Kyojuro.

Quien, por su parte, había bajado la mirada avergonzado.

— ¡Lamento muchísimo la actitud de Akaza, profesor! — se disculpó Keizo con una reverencia.

— No, no se preocupe. — respondió el rubio. — Quizá fue mi culpa, no debí…

— No, al contrario. Gracias por preocuparse por él.

La joven soltó un suspiro audible y comenzó a recoger presurosa los platos de la cena, haciendo más incómodo el momento.

— Una disculpa, tengo tareas qué hacer. — se excusó mientras se levantaba.

Rewrite the starsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora