¿A dónde vamos?

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Akaza había regresado de ese día con Douma totalmente deprimido, era como si ese monstruo le robara la tranquilidad y la alegría para apropiarsela él. No entendía como los demás podían seguir a un falso ídolo cuando era alguien en quien no se podía confiar. Quizá era por la necesidad de recuperar la sensación de seguridad que, por primera vez en toda su amistad con Mukago, fue él quien hizo la llamada.

— ¿Qué sucedió? ¿Todo bien? — preguntó la chica algo alterada.

— ¿Por qué suenas asustada? — respondió él con el ceño fruncido.

— Porque tú nunca me habías llamado.

Claro, ahora que se ponía a pensarlo, si alguien le hablara de imprevisto él también se alteraría.

— Solo quería hablar, aunque no sé qué decir. — murmuró.

No quería hablar de Douma, ni quería hablar de su día de mierda, sólo quería no pensar. Y ahora se sentía como un error haberle marcado a Mukago. Iba a disculparse y cortar cuando la escuchó salir a la intemperie y cerrar una puerta tras de sí.

— Perdón, mis padres estaban escuchando. Ahora déjame contarte lo que hice hoy, ¿va? 

Entonces el pelirrosa se relajó poco a poco conforme su amiga estuvo hablando del acuario que visitó; los peces que vió, los delfines con los que nadó, y lo irónico que era encontrar productos de pescado en la zona de comida del lugar. Al escucharlo Akaza soltó una carcajada.

— Pero es comida fresca. — se burló él, aun cuando Mukago había dejado clara su molestia.

— No me gustaría comerme el marlín que acabo de ver nadar.

— ¿Entonces no comiste? 

— Comí una hamburguesa. 

— Las vacas también se ven bonitas. Podría llevarte a ver algunas.

— ¡Eres muy cruel! — se quejó. — Podrías llevarme a cualquier otro lugar pero decides llevarme a ver vacas después de comerme una hamburguesa.

— ¿Entonces a dónde debo llevarte? — preguntó por inercia Akaza.

Cuando hubo un incómodo silencio fue que notó que parecía haberle pedido una cita de forma indirecta a Mukago. Estuvo a nada de arrepentirse, pero su amiga habló primero.

— ¿Qué tal el festival de otoño? — la voz de la peliblanca sonó tímida y emocionada. — Aún falta un mes pero, sería lindo ir juntos. ¿Qué te parece? — cuando el pelirrosa no respondió, ella soltó una risa nerviosa. — ¡También podemos llevar a Koyuki y a tu hermano! Vamos los cuatro juntos y...

— Yo... claro, por qué no. — respondió después de unos momentos.

Estaba a punto de negarse, y sinceramente tenía ganas de hacerlo, pero no pudo evitar imaginarse la emoción de su amiga, el rostro que estaba haciendo cuando habló; así que terminó cediendo. No hablaron más al respecto en la media hora que siguieron en llamada, pues la joven había notado la incomodidad de su amigo ante el tema, así que Akaza se había vuelto a relajar.

— ¿Akaza? — el mencionado solo soltó un murmulló de garganta. — ¿Te estás quedando dormido?

— No… — dijo arrastrando ese único monosílabo.

La joven soltó una risa enternecida, pero lo dejó descansar después de escuchar los balbuceos del alfa al intentar justificarse. Así que Akaza no tuvo más que acurrucarse en su futón y quedarse profundamente dormido.

Entre la bruma del sueño sintió su celular vibrando. A tientas comenzó a buscar el pequeño aparatito para responder, con todo su cuerpo pesado y los párpados medio cerrados.

Rewrite the starsWhere stories live. Discover now