Una plática sobre sentimientos

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Las manos de Kyojuro desaparecieron de golpe, y lo primero que vieron los ojos de Akaza cuando los abrió, fue el rostro avergonzado y tenso del rubio. Algo molesto por ver al omega así, el pelirrosa le dedicó una mirada furibunda al recién llegado. Se trataba de un hombre alto, con cabello rubio y rojizo, ojos bicolores… ah, un familiar. Claro, tal parecía que los genes de la familia Rengoku no perdían el tiempo en combinaciones, solo se clonaban.

— ¡¿Qué mierda haces en mi dojo?! — volvió a preguntar el hombre con la yukata desarreglada.

— Un picnic. — respondió Akaza con obviedad. — ¿Qué no sabes para qué sirven los dojos?

Ante la respuesta sarcástica, la mirada furiosa de Shinjuro se desvió al joven de cabellos rosas, quién le dedicó una mirada de incredulidad.

— ¿Ahora a quien carajos metiste a la casa, Kyojuro? ¿Quién eres tú? — demandó acercándose a Akaza.

Kyojuro entonces se colocó frente al pelirrosa.

— Padre, él es uno de mis alumnos. Mamá me permitió traerlo para…

Entonces el mayor tomó a su hijo del kendogi y lo jaló hasta levantarlo. El omega no se mostró intimidado, pero sí un poco avergonzado.

— ¿Que no aprendiste a no traer imbéciles a la casa después de tu último noviecito? ¿O cuántos hacen falta para entender que no sirves para elegir pareja? — le gruñó.

— Padre… 

— ¡Cuando yo hablo, tu te callas! Lo quiero fuera de MI casa, ¡ahora!

— Sácame tú.

La voz de Akaza sonó fría y retadora, justo como sus ojos cuando Shinjuro lo miró.

— ¿Disculpa?

— ¡Akaza, ésto no es asunto tuyo! — le advirtió Kyojuro.

— ¿Qué? ¿No puedes? — preguntó el pelirrosa ignorando el grito de su profesor.

Quizá había sido una mala combinación tener a un Akaza lleno de adrenalina y a un furibundo Shinjuro, que gustaba de intimidar con gritos y palabras crueles. Porque, en un todo, ambos eran un poco similares. Por eso el pelirrosa esperó que el mayor mordiera el anzuelo y fuera tras él.

— ¡Te voy a sacar a patadas cuál perro! — gruñó soltando a su hijo aún cuando Kyojuro quiso detenerlo.

Entonces el mayor lo tomó de la parte superior de su uniforme y cuando lo jaló hacia él para sacarlo, Akaza lo tomó del brazo y se dejó caer, impulsando con sus piernas el costado del mayor para arrojarlo hacia atrás. Shinjuro cayó pesadamente contra el suelo y rodó un poco antes de detenerse. Cuando el mayor levantó la vista, que estaba más allá de la furia, encontró a Akaza sonriéndole fanfarrón.

— ¿Te quedó claro para qué sirve un dojo?

— Pequeño hijo de puta. — gruñó Shinjuro tomando la espada que Kyojuro había dejado en el suelo.

Akaza se levantó y miró molesto al mayor, listo para golpearlo sin consideración. El alfa mayor fue rápido y guió la espada en dirección a su cabeza, pero aunque el pelirrosa bloqueó el ataque, esta vez sí llegó a dolerle. El adulto estaba lejos de querer contenerse, y Akaza le hirvió la sangre de ira. Si él no quería contenerse, ¿por qué lo haría él? El problema estaba en qué si Kyojuro era un excelente espadachín, su padre era mucho mejor.

Recibió un golpe seco en la nariz y olió la sangre antes de sentirla resbalarse por su tabique. Fue entonces que Akaza, con sus venas ardiendo, golpeó con fuerza el costado del mayor, esa parte que adoraba maltratar en Gyutaro porque sabía que era un lugar bastante doloroso. Shinjuro soltó un grito de dolor antes de juntar sus puños y golpear con ambos la cabeza del pelirrosa. Akaza gruñó al haberse mordido un poco la lengua, pero levantó la pierna para golpear con fuerza, y el empeine de su pie, el rostro del mayor. Él retrocedió, algo aturdido debido al golpe, pero hubiera vuelto a atacar de no ser porque…

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