Dejé a Luz en la cama, ella se acomodó y cerró sus pequeños ojitos; pobre, anoche debió asustarse mucho.

Abrí tres puertas buscando el baño, hasta que di con él, éste era mucho más espacioso y bonito que el mío, no tenía tina, ya que ésta era reemplazada por un jacuzzi.

Me quité la ropa dejándola en el bote de basura, estaba inservible.

Me metí a la regadera y acto seguido, abrí el grifo permitiendo el agua fluir; mi cuerpo la recibió encantado, mis músculos se relajaron y pude estar tranquila al menos unos minutos.

Pensé en Hadrien mientras lavaba mi cuerpo.

Anoche no había podido analizar lo sucedido, me encontraba muy asustada, pero ahora podía traer a mi mente cada momento; recordaba su cara aterrorizada y su furia al verme herida en el suelo, la forma en que le ordenó a Marco que me cuidara, no creí que se preocupara tanto por mí.

Aunque eso no cambiaba nada, si se preocupaba era porque me necesitaba por mi sangre, no por otro motivo.

Traje a mi mente lo que Marco me contó sobre él. Suponía que se encontraba muy decepcionado del amor y por ese motivo era así de frío y cerrado.

Sin embargo, había algo que seguía causándome curiosidad, lo que él dijo sobre las almas y que yo le pertenecía, me resultaba algo loco, aunque si bien, estar entre vampiros y lobos me hacía pensar que las cosas como almas gemelas que se pertenecían de por vida, podían ser ciertas. Tenía demasiadas preguntas y estaba ansiosa por recibir respuestas.

Salí del baño envuelta en una bata, no tenía ropa aquí, así que esperaría que alguien viniera para pedir que me trajeran algo que ponerme, no quería salir de la habitación nuevamente; sin embargo, no fue necesario, mi tía estaba sentada sobre mi cama y dejó ropa para mí en ella, pero lo que más llamó mi atención, fue una caja cuadrada y grande, en color blanco.

—Tía, Margaret.

—Hola, cariño, ¿cómo estás? —Me preguntó revisando con su mirada cada centímetro de mi rostro, buscando quizá una herida.

—Bien, ¿dónde estabas? —La cuestioné curiosa. Ella estiró sus labios en una sonrisa.

—En la ciudad, fui por eso —señaló la caja blanca y tuve el presentimiento de que lo que había dentro no me agradaría.

—¿Qué es? —Susurré confundida y desconfiada.

—Míralo por ti misma —me aconsejó sonriendo.

Me acerqué con lentitud a la cama y tomé la caja entre mis manos, no pesaba en lo absoluto; la abrí y me encontré con un vestido en color negro. Era precioso, debo confesar, con un encaje que parecía haber sido hecho a mano, la tela era fina, de las mejores que pudieran existir, y yo habría estado fascinada si no se tratara de un vestido de novia.

—¿Negro? —Dije incrédula. Mi tía pasó sus dedos por la tela y suspiró emocionada. De verdad no la entendía en lo absoluto.

—Las bodas en el mundo vampírico no son iguales a la de los humanos —me hizo saber. Fruncí el ceño y negué.

—Yo soy humana —le recordé conteniendo mi enojo y la impotencia que comenzaba a amenazar con hacerme explotar.

—Falta poco para que dejes de serlo...

—¡No! —Grité interrumpiéndola— Me niego a casarme y renunciar a mi humanidad —aseveré.

—Pensé que ya lo habías aceptado —murmuró con la confusión en su cara.

—No tía, yo amo ser humana, sentir mi corazón latir frenético en mi pecho, sentir el frio y el calor, el aire en mis pulmones..., yo... —Mi voz se quebró y la caja cayó sobre la cama.

—Gabrielle... —Comenzó a hablar, más negué con la cabeza y agaché la mirada con las lágrimas pugnando por salir.

—No es justo, no puede arrebatarme de esa manera mi vida, no tiene ningún derecho —susurré con la voz trémula. Mi tía se acercó, me hizo sentarme sobre la cama y me envolvió en sus brazos brindándome un poco de reconforte que en realidad no servía de nada.

—Con el tiempo lo aceptarás, mi niña.

—Nunca lo haré, jamás lo aceptaré —espeté tajante.

—Margaret, déjame a solas con ella. —Levanté mi vista hacia Hadrien quien no se veía nada contento.

Mi tía obedeció, depósito un beso en mi frente y salió de la habitación dejándome a solas con ese vampiro que sin duda alguna iba a lastimarme.

—Te he dicho que no llores, es demasiado... molesto —dijo despectivo, sentándose a mi lado. Mi labio inferior tembló y sin dudarlo lo enfrenté.

—Déjame ir por favor, por favor, Hadrien, no me conviertas —le supliqué atacada en llanto. Esto me sobrepasaba y así era la única forma que tenía para sacar mi frustración.

—No puedo estar separado de ti, necesito tu sangre —me explicó tranquilo, sin ser agresivo.

—Te la daré, te lo prometo. —Él negó mientras acomodaba un mechón de mi cabello detrás de mi oreja en un gesto que debía de ser dulce pero que ahora mismo no pude catalogar así.

—No puedo vivir sin ti, y tú tampoco podrás vivir sin mí —dijo. No podía entender nada, ¿por qué estaba tan seguro de eso? ¿Por qué no me decía la verdad? Él tenía las respuestas y me mantenía ignorante.

Entonces una pregunta brotó de mis labios y quizá no debí haberla hecho nunca:

—¿Me amas? —Susurré. Pasó un segundo antes de que él me respondiera, pero en esa fracción de segundo por sus ojos pasaron un sinfín de cosas tan deprisa que no me fue posible interpretarlas, no era tan rápida y me reprendí por ello.

—No —contestó frío.

—Entonces busca a alguien más y déjame a mí seguir mi vida y hacerla con quien yo decida —espeté.

—He dicho que no —habló con dureza, poniéndose de pie. Me daba la impresión de que no buscaba pelear, pero yo era tan malditamente terca que sin importar lo que él podía hacerme, lo provocaba.

—Te detesto —le dije con rabia—, preferiría estar muerta que estar aquí, a tu lado.

En menos de un segundo me tomó del cuello y me empujó sobre la cama con brusquedad, perdiendo por completo la poca paciencia que tenía.

Acercó su rostro al mío, no luché, si quería matarme, lo dejaría hacerlo.

—Lo estarás, pronto. —Lloré aún más, sabía a lo que se refería.

Hizo mi cabeza hacia un lado dejando mi cuello al descubierto y luego me mordió; no me estaba lastimando ni siquiera un poco, sin embargo, algo dentro de mí dolía, dolía mucho. Cerré los ojos dejándome ir, permitiendo que Hadrien hiciera conmigo lo que quisiera, aunque la verdad, no tenía modo de impedírselo.



A tu lado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora