84. Getting Away.

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Las palabras de mi padre se repiten en mi cabeza una y otra vez. Las lágrimas vuelven a mis ojos como si hubieran sido llamadas por mi cerebro que todavía no procesa en condiciones la tristeza que llena mi corazón.

– Habíamos ido a celebrarlo a un restaurante en Italia de aspecto gótico con toques barrocos fundado en 1903. Es... Era su restaurante favorito. Y estaba... Oh, dios, estaba preciosa...

– Nunca me canso de venir aquí... —Suspiró Lailah, dando un pequeño sorbo a su copa de vino.

– Y no me canso de venir contigo. —Respondí, haciéndola sonrojar— Feliz cumpleaños, querida.

– Gracias, querido.

Miré a mi alrededor, observando atentamente el resto de parejas mundanas que, al igual que nosotros, disfrutaban de una comida en un bello lugar. Esa escena me hacía sentirme casi humano. Aunque jamás me asemejara a ellos, pues mi condición de dios nórdico lo hacía imposible.

– No puedo creer que cumplas ya doscientos veintiocho años. Parece que fuese ayer cuando te enseñaba a dominar tus poderes en la Academia y terminé enamorándome de ti...

– No deberías ir diciendo en voz alta la edad de una dama, pero te lo perdono... Lo que yo no puedo creer es que llevemos ya un siglo y medio juntos.

– Y setenta años casados. —Terminé de decir, mientras reía a carcajadas.

Pronto, mi mujer se unió a mí, llamando la atención de algunos comensales, que no entendían qué era tan gracioso como para estar formando tal barullo. Y, que nunca supieran la clase de conversación que estábamos teniendo y que ellos jamás llegarían a tener debido a su mortalidad —que les impide estar ciento cincuenta años con alguien—, me acentuaba las ganas de reír.

Finalmente, terminamos de comer y, en cuanto nos trajeron la cuenta, decidí pagar yo, como trato especial por ser el cumpleaños de Lailah. Al salir del restaurante, caminamos hasta una calle deshabitada para volar hasta un bosque cerca de la ciudad de Siracusa para pasar el día y ver las estrellas. Porque, a pesar de que son las almas de seres celestiales que han partido, la belleza de la escena es tan asombrosa que a los ángeles también les gusta bajar hasta la Tierra para disfrutar de las vistas como los mundanos.

– ¿Querido? —Preguntó mi mujer, haciendo que torciera la cabeza para mirarla— ¿Alguna vez has tenido miedo de convertirte en una estrella?

– No. —Confesé yo, dibujando una sonrisa en mi rostro— Nunca he temido convertirme en una estrella porque sé que, incluso desde allí arriba, siempre echaré un ojo y guiaré a aquellos que me importan. De hecho, cuando Skadi y yo nos divorciamos, viví una época en la que me era indiferente vivir que morir. Mis hijos ya eran mayores y vivían independientes de su padre, volví a una rutina que quería dejar atrás y Odín volvía a sacarme de mis casillas... Hasta que me pusieron como entrenador en la Academia y te conocí. En cuanto mis ojos se posaron en los tuyos, un miedo renació dentro de mi corazón. ¿Sabes cual? —Lailah negó con la cabeza, escuchando atentamente mis palabras— El miedo de perderte si moría. No temo convertirme en una estrella. Temo perderte si lo hago.

La mujer de rizos dorados me besó en los labios antes de levantarse de la hierba para disculparse conmigo por algo que todavía desconocía. Fue entonces cuando me explicó que una mundana que protegía la estaba llamando y necesitaba ir a socorrerla. Tras despedirme de ella, volví a mirar a las nubes del cielo, esperando a que se hiciera de noche para poder ver a todos aquellos que nos habían dejado atrás. Y esperé a que mi esposa volviera de su viaje... Aunque nunca volvió.

– Debí haber ido con ella... Quizás podría haberla protegido de Wallace o... —El silencio de mi padre me da a entender el pensamiento que pasa por su mente— O habernos convertido en estrellas juntos...

Don't Leave Me Now (DLMG #3) [Remastered]Where stories live. Discover now