❝Nadie sabe lo que el rey desea y el bufón perderá la cabeza por ello❞
Se ha visto a la maldad sollozar por el amor que le tiene a la noche, y se ha visto también a las aves clavarse a sí mismas en enormes espinas doradas buscando su muerte. Entonce...
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Cuento antes de dormir
Verx nunca fue un país amable con los viajeros. Ni siquiera era amable con los hijos de su propia tierra. Una catástrofe. Esa era la palabra más adecuada para describir los acontecimientos que allí, dentro de sus fronteras se daba. Jean Wiggs, uno de los pocos hombres que podían tener el lujo de portar un apellido, fue una de las leyendas que servían como advertencia para los demás viajeros, y cómo no, cuando su final se vio coronado con su propia cabeza cercenada a mitad de la plaza.
A un joven rey Jeon, cuando aún era tratado de príncipe dentro de los castillos, le encantaba escuchar esa historia. Y la pedía a sus nanas en cada ocasión, cargado de una enorme y tierna sonrisa, así como orbes expectantes y brillosos. Y cuando el niño por fin conciliaba el sueño, soñaba que era él quien habría mandado la ejecución pública del pobre Jean Wiggs... Entonces se lo veía formar una dulce sonrisa en sus labios y la imagen que dejaba a sus cuidadoras, era la de un ángel.
Tiempo atrás, antes de que llegaran bufones y magos a estas nefastas tierras a las que se les había acabado la magia (un par de milenios antes de Bock y sus negocios), los dos reinos colindantes se habían levantado en armas contra Verx. El país de la piedra amatista, se caracterizaba por estar poblado de hombres malvados y egoístas. Consumían a quien se asentase cerca de sus fronteras, y prosperaba casi como si lo merecieran los muy malditos; quizá esa fue la razón por la que sus vecinos los odiaban.
Pero el pequeño príncipe había visto a la determinación brillar en los orbes de su desgraciado padre, el honorable rey Jeon III. Un hombre tan temido que con solo la pronunciación de su nombre, los vientos se volvían más densos y fríos. Sus pinturas yacían colgadas aún en los pasillos, como si vigilaran todo lo que su heredero estaba haciendo con su reino.
¿Tenía poco más de diez años cuando subió al trono? Ya casi no lo recuerda.
Lo que sí recuerda, y muy a la perfección, es el día de su coronación, cuando prometió ser aún más severo que su predecesor. Y prometió, ante cualquier cosa, ser el maldito que Verx necesitaba como rey. De lo contrario, clamaba el niño de seis años, preferiría ser ejecutado, justo como al iluso de Jean Wiggs.
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