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La luna se asomó por el horizonte, reflejando en el río el blanco más claro y brillante que pudiera ser imaginado, cubriendo a su vez los árboles, arbustos, flores y hierbajos con una capa de luz fría.
En el cielo, acompañándola, había cientos de miles de estrellas, adornando la oscuridad de la noche con su brillo, de vez en cuando cubiertas por las ligeras y pocas nubes, azules, casi negras, moviéndose con una lentitud que hacía parecer como si estuvieran dormidas.

A su alrededor los grillos se levantaban adormilados para comenzar su cantar, los vuelos y melodías de las aves diurnas eran remplazados por los ululares solitarios de lo búhos.
Los animales dejaban de rondar por el bosque para ocultarse en sus madrigueras y descansaban, así para dejar pasar la noche y volver cuando el sol volviera a despertar.

Otros animales se levantaban con el llamar de la luna, entre zorros y mapaches solitarios, hasta numerosas manadas de lobos, corriendo lado a lado guiados por sus instintos.

Argentina se encontraba junto al lado, escuchando como su rugir se volvía cada vez más calmo, hasta pasar a ser no más que un simple murmullo.
Su cola pulcramente rodeaba su cuerpo mientras se mantenía sentado sobre sus propias piernas.

Sus ojos se abrieron cuando la luz del sol dejó de darle en la cara, la gran luna se reflejaba en sus negras pupilas.
Se fijó en el cielo cautivado por aquella belleza que se mostraba obligado a observar completamente solo.

No había vuelto a la cueva, claramente... tampoco planeaba hacerlo.

Tendría que dormir al exterior, cosa que sería complicada, el frío nocturno podía llegar a mantenerlo temblando, además no estaba acostumbrado a dormir cuando no había alguien más abrazándolo o acurrucándose con él, compartiendo su calidez para que ambos estuvieran a gusto.
No, probablemente no dormiría aquella noche.
Pero tampoco volvería con sus compañeros aún.

Lo que dijeron abrió una herida que solía ocultar y no estaba contento con ello.

El viento con lentitud se levantó, golpeando directo en su cara, fue en ese momento en el que abrió la boca para hablar.

- Dile... Dile a Perú que estamos bien - Pidió en voz quebrada por la pena - Dile que lo extrañamos tanto que duele... pero nos mantenemos en pie -  Agregó

El viento se alejó, se fue, Argentina deseó que junto a él fueran sus palabras, cabalgando el aire hasta llegar a las orejas del peruano, perdido hace años...

Ni siquiera sabía si el viento lograba comprender sus palabras... o si era capaz de alcanzar a Perú... pero, si había aun que sea la más mínima posibilidad, no perdía nada en intentar.

Llevaba tiempo haciéndolo, en la soledad, cuando nadie pudiera verlo ni criticarlo.
Empezó cuando Perú fue llevado... buscaba tanto una manera de tenerlo cerca de nuevo que su único remedio para el dolor fue hablar con el viento como si de su amigo perdido se tratara.
Tenía conversaciones completas, le decía como estaba, le contaba como estaba el bosque... cada detalle que pudiera incluir.

Quizá nunca sabría si el peruano estaba consiente de aquello... pero a él le servía de consuelo pensar que sí.

El viento, habiendo sido nada más que una ligera brisa, desapareció tan rápido como había aparecido.

La luna finalmente pasó la línea del horizonte, y se mostró llena y redonda con majestuosidad, el ninfo de agua dejó salir un suspiro antes de levantarse del suelo, sacudiendo la tierra y pasto de su tapado de hojas.
Así, se dio media vuelta y comenzó a correr hacia la linde del bosque... la frontera prohibida... aquel lugar en donde lo esperaba alguien que presentaba todo un mundo nuevo para él.

Los ninfos (CanArg)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora