7. Cabezas Duras

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Las peleas, como en cualquier relación, no eran cosa del otro mundo para Sunburst y Starlight.

Cuando eran niños, Sunburst aprendió que Starlight tenía carácter, y por carácter, se refería a que tenía un muy mal genio y poca tolerancia. La primera vez que la hizo enojar, solo le gritó y se fue, dejándolo solo en el patio. La segunda vez, pateó el castillo arena que hizo en su cara y se fue del arenero, pisoteando todo el camino hasta su casa. Fue entonces que aprendió que si la hacia enojar, era él quién se metía en problemas. 

Su madre, que vio todo el incidente, lo castigó por el resto de la semana. Ser regañado por su madre no era para nada divertido, no importaba que edad tenía.

A medida que crecían, las peleas empeoraban. Cuando era un preadolescente, Sunburst hacía y decía muchas cosas sin pensar, cosas que había pensado que eran geniales en su momento, lo cual nunca fue así. Sunburst decía cosas insensibles, muchas veces sin querer, hiriendo a su amiga e incitando una pelea entre ellos que terminaban en gritos y lágrimas.

Tampoco era correcto decir que Starlight era una santa o era completamente libre de culpa. La amistad era un juego de dos de todos modos. Starlight podía llegar a ser bastante desconsiderada con él, y dado que ella conocía sus defectos e inseguridades, tenía todo lo que necesitaba para lastimarlo, hacerlo enojar o volverlo loco. No dudaba en usar este conocimiento en su contra cuando estaba enojada. 

El tiempo pasó y maduraron un poco, pero no del todo, Starlight seguía con su carácter y Sunburst seguía metiendo la pata sin querer. Pero Starlight comenzó a recurrir a otras tácticas cuando estaba enojada con él.

El tratamiento silencioso.

Sunburst gruño cuando lo mataron otra vez en Call of Duty, y se dejó caer sobre su cama mientras esperaba que comenzara otra partida. Golpeteando sus dedos sobre la pantalla de su celular, rezó para que este vibrara o sonara ¡Algo! Había estado en silencio durante toda la semana y quería saber que había hecho esta vez para hacerla enojar. El ventilador de techo giraba y giraba, rechinando como si se burlara de él, y Sunburst resistió las ganas de arrancar las aspas metálicas.

Starlight lo había estado ignorando toda la semana. No estaba respondiendo a sus llamadas o mensajes, ni siquiera lo saludaba en los pasillos de la escuela. Hizo algo para molestarla, pero no tenía ni la más mínima idea de lo que hizo. No se había olvidado de alguna fecha importante, no había eventos importantes que celebrar. No estaba ni cerca de ser su cumpleaños. Pero había hecho algo, o su mejor amiga no estuviera actuando de esta manera.

Se sentó, agarró su teléfono y la pantalla se iluminó con los mensajes sin responder. La pequeñas letras grises debajo de cada mensaje lo molestaban, ya que le informaban la hora y el día que Starlight leyó sus mensajes sin dignarse a responder. Iban desde disculpas por lo que hizo hasta suplicas para que le dijera que fue lo que hizo para molestarla, y ninguno fue respondido. Ni siquiera una pista de lo que hizo mal. 

Escribió otro mensaje, preguntándole si quería ir a comer a alguna parte, cualquier excusa para que ella hablará con él. Estaba desesperado por cualquier contacto con la chica, tan desesperado que incluso accedería a ver ese estúpido musical que ella se moría de ganas por ver. Su pulgar se cernía sobre el botón de enviar, debatiéndose si debería mandar el mensaje o no antes de presionarlo y arrojar el teléfono sobre su hombro.

Comenzó otra partida de Call of Duty, y el teléfono seguía silencioso.

Seguía igual para la segunda ronda.

Y en el tercer asalto no hubo cambios.

Una hora después y Sunburst no recibió respuesta alguna.

—¿Qué rayos hice esta vez? —gimió Sunburst mientras caía de espaldas en su cama.

La Única ExcepciónOnde as histórias ganham vida. Descobre agora