VII

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3:00 A.M.

Y aún era incapaz de pegar el ojo.

Bakugo Katsuki se encontraba solo en su habitación, cansado del entrenamiento que había realizado horas atrás en la azotea del edificio. Se sentía cansado, sus manos dolían y su cabeza también, pero aun así se sentía incapaz de dormir. Aquel peliverde del Distrito 11 invadía abruptamente sus pensamientos, más que nada su gloriosa risa, la que hizo que el tiempo se detuviera por un momento.

No quería saber que era lo que estaba sintiendo, necesitaba ver esa sonrisa tan sincera una vez más. Una sonrisa se había formado en ese momento sin saberlo en sus labios, pero cuando se dio cuenta se pasó las manos por la cara, con la esperanza de que el peliverde saliera de sus pensamientos y lo dejara dormir de una buena vez, pero no lo hizo.

Se levantó un poco desorientado, decidido a dar una pequeña caminata por el departamento, a ver si eso le lograba traer un poco de sueño. Sus pasos libres lo llevaron hasta el ventanal del departamento desde el cual se puede ver toda la ciudad. El centro de tributos, al estar lejos de la ciudad, estaba sobre un pequeño cerro que se erguía a un lado este de la ciudad. Esta brillaba, pareciera como si fuese completamente hecha de oro. Las luces y fuegos artificiales que se escuchaban de vez en cuando indicaban la felicidad de la gente del Capitolio por los Juegos, ya que, a parte de la emoción habitual de cada año, ahora se encontraba la emoción de algunos de ver a un miembro de su familia favorita, los Bakugo, en acción.

De la nada, lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Katsuki. El miedo lo carcomía por dentro, y, ahora, después de haber conocido a uno solo de sus contrincantes, comenzó a sentir pena por los demás tributos. Hasta antes de esa noche no había conocido a ningún tributo más que a Momo, la mujer de su Distrito, pero, al ver a ese peliverde en la azotea esforzándose por entrenar su destructora singularidad, su cuerpo se llenó de impotencia, se llenó de alguna extraña emoción, una especie de compasión y empatía por su enemigo, y le hizo plantearse la idea de que sus rivales tenían una vida propia, que no solo eran extras en su tonta y ridícula vida.

Lloró, muchas horas. De hecho, alcanzó a ver la salida del sol, una serie de colores hermosos adornó la cara de Katsuki, que aún se encontraba frente al gran ventanal.

— ¿Qué haces ahí? — preguntó su mentor con voz adormilada, eso hizo suponer al rubio cenizo que acababa de despertar.

— No pude dormir.

— Son las siete de la mañana, vete preparando para el entrenamiento. — el joven seguía con las rodillas al pecho mirando hacia la ciudad. — ¿O tampoco irás hoy?

Ese último comentario definitivamente lo hizo levantarse de su lugar e ir a su habitación dispuesto a darlo todo durante ese día.

— ¡Bakugo! — gritó Best Jeanist. — ¿Tienes lista tu solicitud del traje?

— La tuve lista desde que nací, casi creo. — dijo de manera sarcástica. — Ahorita te la entrego.

— ¡Que ese "ahorita" sea antes de las 9:00 de la mañana!

Katsuki no escuchó más y entró a su habitación, no sin antes toparse a Yaoyorozu por el pasillo. Primero se puso su traje de entrenamiento del armario, entró al baño para verse en el espejo, acomodó unos cuantos cabellos fuera de su lugar, y tomó la hoja que le había pedido Best Jeanist anteriormente de su cómoda, para después salió disparado hacia la mesa del desayuno. Fue al lugar de su mentor para darle la hoja, y después tomó asiento frente a él.

"Tendrá una abertura en medio del pecho para poder fabricar objetos con mayor facilidad" — leyó Best Jeanist, con la hoja alejada de sus ojos para poder leer de manera óptima. — ¿Por qué querrías eso, Momo?, ¿Quieres matar a todos de un derrame nasal?

𝚑𝚞𝚗𝚐𝚎𝚛 𝚐𝚊𝚖𝚎𝚜 - 𝚋𝚗𝚑𝚊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora