Pero la respuesta era simple, se dijo: a él no le importaba en absoluto si compartían sangre o no.

Annie sonrió, se acurrucó en su pecho y decidió que a ella tampoco iba a importarle más. Raffaele era su padre y la amaba; Hanna era su madre y su amiga; Matteo era su hermano y una especie de padre; y Angelo... Angelo la adoraba.

... En tiempo pasado.

Ya que se llevaban por pocos meses de edad, siempre habían estado juntos. Habían aprendido a hablar, a caminar y a hacer de todo juntos, y el único día que se separaron, Annie cayó en la piscina y casi perdió la vida. Tenían cinco años. Anneliese había roto un libro de Angelo y él se había molestado con ella, por lo que la niña fue a jugar sola, al jardín trasero. Él estaba en la cocina cuando la miró caer, la escuchó gritar, aterrada, y corrió para ayudarla, pero sus manos mojadas resbalaban entre las suyas y, al final, la miró hundirse sin que él pudiera hacer nada para salvarla. A sus cinco años, Angelo no sabía nadar.

Por fortuna, Matteo —quien tenía apenas ocho años— había escuchado los gritos de auxilio, de su hermano. Sin embargo, para cuando sacó a la niña del agua, Anneliese estaba inconsciente.

Ambos la creyeron muerta.

Desde ese instante Angelo no la dejó más. No quería volver a separarse de ella nunca más; temía hacerlo, temía que algo malo volviera a ocurrir y que esa vez sí la matara. Pasaba con ella cada instante. Ya antes dormían juntos; sus habitaciones quedaban una frente a la otra, pero ellos siempre se quedaban dormidos juntos, mirando la televisión o jugando, pero desde aquel día se volvió una rutina. Compartían cama, plato y, hasta los once años, cuando Anneliese tuvo su primer periodo, también se duchaban juntos.

Poco después de que cumplieron doce años, comenzaron a dormir cada cual en sus propias recámaras. Él ya no la ayudaba a vestirse y le pidió que dejara de meterle comida a la boca frente a las demás personas —era una costumbre que Anneliese había tenido desde que... tenía memoria—.

Cuando alcanzaron los trece, también le pidió que dejara de meterse en su recámara, sin permiso, y le prohibió estrictamente invadir su cama mientras él dormía. Reglas que Anneliese encontró bastante injustas, tomando en cuenta que, muchas veces, cuando ella despertaba, lo encontraba dormido a los pies de su cama, o en la alfombra, usando uno de sus conejos de felpa como almohada.

Aproximándose a los catorce, Angelo comenzó a pasar días sin hablarle y luego a abrazarla, de repente, sin decirle nada. Annie comenzó a cansarse de sus incongruencias, pero nunca pudo reprocharle nada, ya que él se marchó a Londres para asistir a la academia Hipatia Sidis, un instituto Británico, de estudios personalizados, para adolescentes con coeficientes intelectuales elevados.

Naturalmente, su ausencia había afectado a Annie. Las ojeras fueron el primer indicio de que algo andaba mal; sus notas, en el colegio, fueron el final.

Aunque pasaran días sin hablar, Annie se iba a la cama con la certeza de que su hermano estaba a pocos metros de distancia y que, si ella lo necesitaba, sólo tenía que dar un grito y él estaría ahí en segundos —se metería a la cama con ella, la abrazaría por la espalda y le cogería una mano por el dorso, entrelazando sus dedos en un gesto de seguridad y protección, y le diría «No tengas miedo, mi amor. Aquí estoy»—; pero, al saberse sola, comenzó a tener problemas para dormir. Veía sombras en las esquinas, rostros pegados a su ventana y, sin desearlo, imaginaba engendros propios de películas de horror, así que se pasaba las noches mirando la tv, o navegando por Internet, y al día siguiente, en el instituto, se quedaba dormida. No fue esto, sin embargo, lo que afectó sus calificaciones: Annie siempre había tenido problemas con los números, para los cuales su hermano parecía tener una habilidad sobrehumana, así que ella jamás se molestaba en poner atención a ninguna materia donde se realizaran cálculos, pues Angelo la dejaba copiar sus trabajos, sus tareas, y sus exámenes.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now