Capítulo 24. •Advertencia•

58 23 3
                                    

—Ella solía observarte también y ni siquiera lo notabas. Realmente le gustaba escucharte tocar la guitarra. Tus padres se estaban divorciando, su matrimonio no estaba bien. El día en que decidiste acercarte en la cafetería, ella esperaba por ti. Su respuesta siempre había sido: sí —dijo la gemela olfateando aún más de cerca—. Espera, puedo sentir algo más, aunque es una clase de recuerdo diferente, oscuro… gris. Necesito acercarme más, olfatear más de cerca.
Los labios de la mujer rozaron mi subconsciente, obrando de Diosa en el mundo de los recuerdos. Mi cuerpo, se retorció al punto del quebranto, provocando el nacimiento de un bramido infernal desde lo más profundo de mis pulmones.

Palpé con suavidad el signo bajo relieve en el papel que sostenía. Observé mis manos con rareza, acercándolas a mi rostro. Me sentía aprisionado en otra piel, una piel que conocía tan bien como la mía propia, la piel de Eva. Veía los recuerdos, en esta ocasión a través de sus ojos.
Ahí estaba yo, en el interior, omnipresente, como un fantasma al que le fue cedido el paso sin posesión del panorama. Observé con detenimiento a mi alrededor. Todo quedó claro en mi consciencia. Conocía la localización donde me hallaba, lucía increíblemente real, incluso al tacto. Una vez más, estaba de vuelta en la «la guarida de los Corredores».
Deambulé por cada detalle de la acogedora sala, desde las paredes terracota cubiertas de planos con raros diseños, los estantes cargados de esqueletos metálicos, el ambiente. La vaga iluminación le brindaba un aire místico sin igual, todo el estudio de un artista de la creación. La misma habitación que una vez me causó tanta curiosidad en mi visita presencial a la guarida. Eva me mostraba una fracción de su mundo. Un recuerdo intencional, anclado más allá del dominio de los sueños. Temía sobre lo que pudiese encontrar.
Permanecía sentado, en posición tensa. Frente a mis narices, sobre la mesa de creación artesanal que ocupaba gran parte del espacio de la sala, reposaba un autónomo a medio terminar, esperando por los toques finales. Un nuevo autónomo de rasgos gatunos.
Mis manos temblaban nerviosas mientras arrugaba el papel, debía destruir aquel peligroso indicio. Por instantes el recuerdo se nublaba, impidiéndome ver con precisa claridad la escena.

Con un gesto cansado alejé el bombillo de la lámpara levitante que posaba en una esquina de la mesa. No alcancé a deducir el contenido de la nota, sin embargo, dada la reacción de Eva sabía que era algo importante. «¿Qué me quieres mostrar?»
—H… hola. —Escuché una voz tímida provenir de mi espalda. Oculté en mi bolsillo los desechos del papel con un gesto torpe, en el sobresalto causado por la inesperada interrupción.
Giré mi cuerpo sobre la silla, dirigiéndome a Tayna con una mirada cargada de cordialidad. Una increíble sensación de regocijo resurgió en mi interior al volver a verla, aunque fuese solo entre recuerdos.
—Adelante —dije—, Ando un poco distraída hoy ¿Me ayudarías a darle vida a este bello autónomo?
—¿Puedo? Quiero decir, sí. ¡Sí, quiero! —respondió la pequeña acercándose apenada— Maximus aguarda por ti para la despedida, me pidió que te comunicara que tu transporte está listo, —Bajó la mirada con pesar— pronto te marcharás.
—Maximus y nuestra despedida pueden esperar unos minutos. Quería que estuvieras presente, compartir contigo el momento más bello de la creación de un autónomo. Los toques finales de su despertar.
A Tayna se le iluminó el rostro, nunca antes había notado en ella una expresión tan genuina y cargada de felicidad. Sin dudas era un momento hermoso de la creación, una experiencia sin igual que la pequeña hubiese atesorado para toda la vida, mas mi mente deambulaba perdida en el contenido de la misteriosa nota. Se debía tratar de algo serio.

—Tayna, ¿nos dejas un segundo a solas, pequeña? —pronunció una voz masculina sacándome de mi ensimismamiento. Era Roderick, quien clamaba desde la entrada mi presencia.
Tayna Gray asintió obediente. La vi partir. Roderick se adentró en la habitación. Inspeccionó con la mirada, asegurándose que no quedaba nadie en los alrededores, para luego cerrar la puerta tras su paso. Con un grácil y a la vez disimulado gesto nervioso me puse de pie, sin apartarme de la mesa. El hombre caminó hasta un extremo de la habitación, deteniéndose justo enfrente de una enorme pintura, que representaba a una mujer abatida sosteniendo entre sus manos semidesnudas una bandera ondeante. Sin meditarlo, Roderick, rasgó el lienzo con un afilado instrumento.

Un repentino temblor me hizo retroceder, una extraña sensación tiraba de mi con tesón, arrancándome involuntariamente de la escena. «¡No!» grité con resentimiento. El miedo a perder todo indicio de ella me atormentaba. El recuerdo me estaba siendo arrebatado, perdiéndose en la lejanía como un borrón difuso. No quería despertar, no en este punto de inmensa incertidumbre. Peleé contra mi mente, pero resultó en un intento vano.
Algo sucedió ese día en la habitación y quedaría enterrado para siempre.

—¿Quién anda ahí? —chilló despavorida la gemela al notar el cambio en los sucesos. Habíamos retornado al espacio blanquecino, perdiendo todo control.
Una presencia se dibujó frente a nuestras narices de forma súbita, acaparando todas las miradas mientras se adueñaba del espacio de forma señorial.
—¡Eva! —quedé sin aliento.
En efecto, era real y era ella. Eva había realizado un puente hacia mi mente, despojando del reinado a la mandamás. La alegría de verla era inmensa, sin embargo, la repentina aparición no era casualidad. Su rostro permaneció pétreo y de sus labios solo brotaron palabras de advertencia. La situación no parecía propicia para introducciones cordiales.
—He estado en tantas mentes en estos últimos días que ya no reconozco mis propios pensamientos. Todo es confuso —dijo la chica con aspecto atolondrado detenida en el lugar.
—¿A qué te refieres? ¿Dónde estás? —tomé un ligero paso al frente, conteniéndome.
—No hay tiempo para reencuentros Cloud, ya cargo con mis propios pecados, solo estoy aquí para advertirte. Tienes que despertar.
—¡No! —negué rotundamente— Al despertar te esfumarás vez más. ¿Dónde te encuentras? ¡Dime eso al menos!
—No estoy en ningún sitio y a la vez estoy en todos, nunca me encontrarás, nunca sabrás quién soy. Estoy rodeada de problemas, no te pretendo arrastrar conmigo. —Desvió la mirada— Alicia, el Lirio Blanco, está en movimiento. Planea hacerse con el control de la ciudad, no se anda con juegos. Las cosas no pintan bien, cuenta con el apoyo de los líderes del Bajo Mundo y están decididos a desplegar el armamento. Soy una fugitiva.
—¡Es una catástrofe! —la tambaleante voz de la regente aumentó el momento de tensión— Si el Bajo Mundo se despliega contra la Casa Regia quedaremos sumidos en el caos, se repetirá el genocidio ¡Debemos advertir a todos!
—Hay más, las cosas se vienen a peor. —Eva se veía notablemente preocupada— He estado en la mente de la Dama de Hierro, no entiendes el peligro que habita ahí dentro. —Quedé pasmado— Esconde muchos secretos, muchos. —me observó con el rostro sombrío— Ella viene a por ustedes y esta vez está dispuesta a todo. ¡Deben huir!

De mis labios no nació palabra, yacía estupefacto procesando el aviso. El mundo se nos venía encima, no había tiempo.

—¡Despierta!

InsomneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora