Capítulo 22. •La Mariposa Desdentada•

68 24 1
                                    

El mar de edificaciones y enormes columnatas comenzó a resurgir desde la distancia, se me hacía una eternidad desde la última vez que contemplé la ciudad. El sol, en su posición más al oeste se ocultaba decadente, dándole paso a la negrura de la noche.
El tiempo parecía detenido, sumergido entre las inmensas estructuras de concreto de una urbe lánguida y obediente.
Las calles del Sector Bajo posaban en completo silencio. Algunas propagandas políticas yacían derruidas en el suelo pavimentado. Era la hora del descanso obligatorio, dejando a la ciudad a la merced del viento y de algún que otro centinela que patrullaba con desgano las zonas aledañas.

El mutismo reinó a lo largo del trayecto. Las luces de los faros del vehículo deslumbraron la penumbra. Aparcamos en un espacio libre, frente a un ostentoso y a la vez iluminado club nocturno. Aguardamos un instante, aún cobijados en la seguridad de la maquinaria; tras intercambiar varias miradas dudosas procedimos a descender del auto, quedando encandilados ante la imagen del sitio. Las impresionantes letras de neón rojo, situadas encima de la entrada principal, deletreaban el nombre: La Mariposa Desdentada.
«La Mariposa Desdentada». Murmuré para mis adentros. Había escuchado ese nombre con anterioridad y me resultaba curioso el hecho.
Siempre me cuestioné sobre la clase de clientela que frecuentaba tales lugares, las únicas personas con autorización de pasar por alto las horas del sueño obligatorio.

Mc. Allistar tomó la delantera, sirviéndonos de guía al interior del desconocido establecimiento en donde Angelé aguardaba por nuestro arribo.
Un nuevo ambiente penumbroso se dibujó ante mi mirar. Los tonos rojizos y la música suave de un piano, le brindaban cierto aire disimuladamente sensual a la instalación. La clientela, en su gran mayoría hombres de robusta y sudorosa figura, era atendida en sus mesas privadas por autónomos con forma humanoide, más sexualizados de lo normal. Angelé nos saludó desde la barra.
—Clientes VIP —pronunció Londres con desdén observando las siluetas de los pomposos visitantes—. Peces gordos que no se merecen ni la mitad de su fortuna.

Un intercambio de miradas indiscretas, ante la presencia de los nuevos rostros, fue el evidente indicio de bienvenida.
—Ella espera por nosotros —dijo la agente sin tiempo para presentaciones, refiriéndose a nuestro contacto y motivo de la visita. Hizo un gesto con su mano a uno de los guardias que custodiaba una sencilla puerta al fondo. El hombre, de porte firme, nos cedió el paso.

Desfilamos en formación casi forzada, debido a la estreches del largo corredor. Angelé nos sirvió de guía, el tono canela de su piel relucía bajo la nueva iluminación.
Finalmente dimos a parar al interior de un salón poco aireado. Parecía más bien el despacho de un agente de la ley, ambientado con grandes monitores y algunos muebles acomodados de forma torpe. Un par de libreros, repletos de vetustos ejemplares custodiaban cada lado de la entrada, desprendiendo de su interior un nada característico aroma a papel viejo y apolillado. En la pared un enorme pizarrón resultó ser lo más llamativo, cubierto por frases, interrogantes, imágenes y todo indicio de una elaborada investigación. Grande fue mi estupor al notar mi retrato junto al de Eva mezclado a las suposiciones. En el centro del tablero, robando todas las miradas y señales, La Dama de Hierro.
Volteé hacia mis espaldas en el intento de encontrar alguna explicación razonable, pero el resto se encontraba tan sorprendido como yo. Mc. Allistar, encendió un cigarrillo buscando sosiego para la creciente ansiedad, la misma que sentíamos todos.

Desde el fondo del salón, pasando el umbral, la joven hizo su aparición en silencio, mostrando un carácter jovial y alegre. Aún la recordaba tras nuestro último encuentro.
—Deberías dejarlo, suele ser malo para los pulmones —sugirió ella observando con sus ojos grandes al agente.
Caminó hacia mí, acortando las distancias entre ambos y con un suave gesto me tomó la mano, observándome la palma con detenimiento. Sonrió.
—Sabía que vendrías —dijo en tono alegre—. Debes estar sediento de respuestas. Yo te puedo ayudar.
—Natasha, ese era tu nombre —dije conteniendo la sorpresa—. Te recuerdo de nuestro encuentro en el trenbús. Tu admiración por las mariposas es algo que nunca olvidaré.
—¿Cómo sabías que vendríamos? —cuestionó Damian en tono inquisitivo.
—Muy sencillo, les he estado escuchando todo este tiempo —respondió con total naturalidad la chica. Me observó una vez más—. Acudí a ti intencionalmente en el trenbús, bien sabía quién eras. En nuestro encuentro te inserté en la mano un imperceptible micrófono —señaló con la yema de su dedo un punto sobre mi piel—. Estoy al corriente de todo lo que ha sucedido, así que sé las preguntas que rondan tu mente.
—¿Y pretendes ayudar sin exigir nada a cambio? —Victoria sonó extrañada.
—Así es —Natasha hizo una pausa reflexiva—. Bueno no. Ansío tanto como ustedes la venganza sobre la Dama de Hierro.
—¿Algún motivo en particular? —continuó la pelirroja.
—Asesinó a mi compañero. Él conocía toda la verdad de los hechos, su error fue acudir a su enfrentamiento a sabiendas de su posible destino. Era un periodista excelente.
Un taciturno intercambio de miradas dio sucesión a sus palabras. Todos los presentes, al parecer, teníamos motivos más que suficientes para exigir a la Dama de Hierro el pago por sus crímenes. Natasha caviló, regresando tras un momento de reposición a su modo de natural júbilo.
—Por ahora deberían ponerse cómodos, tenemos mucho de lo que hablar esta noche.

InsomneWhere stories live. Discover now