Capítulo 14. •Paso Este•

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La sombra de la montaña me resguardaba vagamente del naciente sol que ya comenzaba a ganar en altitud. Un puñado de coposas nubes blancas recorrían el cielo despejado. Un enorme autónomo con forma de ave sobrevolaba con tesón las alturas, pretendiendo pasar desapercibido. Tan solo bastó dar el primer paso para que despertara mi intuición: sabía que estaba siendo vigilado.
Aguardé paciente, hasta que se dignaran a hacer contacto, que tomaran la iniciativa. Sin embargo, los guardianes del refugio se mantuvieron en silencio, habitando la montaña como seres de las sombras; no los podía ver mientras continuaba el avance, mas los escuchaba como un arrullo en el viento mientras ellos mecían las rocas a su paso y enviaban señales de mi presencia, falseando sonidos ambientales.
La incertidumbre atormentaba mis pensamientos en medio del Paso Este.

Un intenso alarido emanó de la roca a un costado del paso. Hubo silencio. Luego una continua cadena de chirridos puso en evidencia que era ya el momento de intervenir. Detuve la marcha y permanecí inmóvil en mi posición. En cuestión de minutos vi surgir en la distancia un par de rústicos vehículos aproximándose.
Vivaces ladridos cortaron el aire mientras que varios canes descendieron de los autos aun en movimiento. Amenazantes se posicionaron a mi alrededor, encerrándome en un círculo ajustado, marcado por la insensibilidad de sus mandíbulas. A escasos pies de distancia se dibujó una espesa nube de humo, producto al repentino frenar del vehículo.
Apostaba a lo desconocido, aun así, desistir no era una opción.
—¡Quieto! ¡No des un paso más! —inquirió uno de los tres pasajeros descendiendo del vehículo con un ágil brinco. Su voz me resultaba femenina y melodiosa, aunque su rostro cubierto por un antifaz de cuero me dificultaba identificar su género.
Con un chiflido logró que los animales retrocedieran y retornaran a los autos, en donde permanecían los guardias restantes. Procedió a acortar nuestras distancias, sin alejar la palma de su mano de la intimidante arma de fuego que cargaba consigo. Un paso que diera en falso y mi historia acabaría en un santiamén.
Agité mis manos desnudas en el aire en señal de paz, cediendo de buena voluntad a cuanto aconteciera. El desconocido ser se posicionó a mis espaldas y me condujo despacio hasta el vehículo.
Nunca resulté ser una amenaza, desde un principio tenían la certeza, de lo contrario no hubiese pasado del pie de la montaña. No era un fantasma para ellos; me veían, siempre lo hicieron.

Sostuve con fuerzas uno de los agarres de cuero reforzado que sobresalían de la estructura del auto. Sentía la imperiosa necesidad de asegurarme, arraigarme al interior del vehículo que nos sacudía con vivacidad cual toro en estampida. Avanzábamos a gran velocidad sobre el terreno rocoso y desigual. El peso de las miradas no cedía, no apartarían la vista de mí.
Los remanentes de polvo en el viento me impedían abrir los ojos con naturalidad, aunque a medida que nos adentrábamos en la montaña se volvía evidente un cambio en el paisaje. La vida comenzaba a resurgir con libertad mostrándose orgullosa, cada vez más notable, en el verdor de la vegetación. De a poco comencé a divisar a los centinelas, patrullando en lo alto de la montaña, iban y venían en absoluto silencio, con su mirada siempre alerta, mimetizándose con la piedra.
Un enorme muro construido a base de placas metálicas corroídas por el paso del tiempo y por el constante golpear del clima nos obligó a detener el avance. Apiladas de forma tosca y nada estética, con uniones y remaches forzados se alzaban imponentes como murallas. Un portón construido de forma similar nos frenaba la marcha, cediendo despacio, abriéndonos camino hacia el interior del Refugio del Paso Este. Sobre nuestras cabezas un colosal puente de sólidas columnas nos limitó la visión del cielo por un buen tramo.
Eva se encontraba ahí en algún lugar, a solos unos pasos.

Quedé maravillado en el momento en que traspasé el umbral, jamás imaginé que un sitio así existiese, escondido entre tanta desolación. El verde era prominente y una interminable fila de cultivos que se perdían entre las disimiles viviendas completaban el paisaje. Un grupo de casas de madera contrastaban dándole un toque rústico al lugar. En el centro, la edificación más alta y mejor elaborada del refugio absorbía la mirada. Los refugiados, en su generalidad mujeres, trabajaban en los campos. Nos dedicaron miradas furtivas mientras avanzábamos.
El vehículo se detuvo justo delante del edificio principal, bajo la sombra de un centenario álamo. Aguardé por alguna voz de mando.

En el centro del refugio, un inquietante movimiento me llamó la atención. El incesante ir y venir de personas incitadas por la prisa me promovía cierta extrañez. Las miradas desorbitadas y un palpable aire de alarma marcaban el ritmo de los grupos que accedían al edificio. Una variopinta densidad de personajes desfiló ante mí.
Un ensordecedor y repentino estruendo puso a todos en estados de alerta, aunque parecían ser conscientes de la posibilidad del acontecimiento, se remarcaba la expresión de pánico en los rostros. «Una explosión». El ruido, siendo un claro indicio de alarma, provenía del interior del edificio principal. La negruzca cortina de humo se elevó en busca del cielo.
«¡Eva!» Mi instinto básico se negaba a la opción de que algo desfavorable le pudiese suceder, menos estando tan cerca de ella. Me revolví inquieto en mi lugar, no tenía elección más que ser solo un observador en la distancia.
Vi a los guardianes intercambiar miradas plagadas de dudas, meditaban indecisos, aunque de sus labios sellados no escapó sonido alguno. Permanecieron regios ante los eventos. «¿Correr hacia el interior o mantener mi custodia?» Intentaba interpretar lo que acontecía en el interior de sus mentes, Eva podría descifrar sus pensamientos con suma facilidad, se le daba tan bien que en ocasiones logró asustarme, sin embargo, reconocía que no era mi especialidad.

La escena quedó cubierta en cuestiones de segundos, los refugiados acudieron al socorro. Un incesante gentío atiborró las cercanías mientras las palabras de ánimo y apoyo no cesaban. La oscura cortina de humo no disminuía su ascenso.
—¡Ánimo chicas, ya falta poco! —gritó una.
—¡Necesitamos más agua! ¡Ya casi sofocamos el incendio! —vociferó otra con el cuerpo tiznado.
—La estructura no ha sufrido daños graves, las llamas serán contenidas a tiempo.
—¡Un poco más chicas! ¡Resistan!
Así trascurrieron los minutos, se me volvieron horas interminables. Era solamente un espectador más. En el ambiente reinaba un denso olor a plástico y chatarra chamuscada.

La tranquilidad volvió de a poco. Varios de los rumores perdidos en la conglomerada multitud, llegaban a mis oídos. Una fuente de energía eléctrica en mal estado terminó explosionando en el instante de su forzoso mantenimiento. El grupo de respuesta rápida logró contener lo sucedido justo a tiempo de evitar una mayor desgracia, sin embargo, numerosas vidas se perdieron en el siniestro. El Refugio del Paso Este sucumbía carente de fluido eléctrico, afectado tras un corte en la línea principal. Usaban tecnologías antiguas.
Con un repentino impulso los guardias irguieron la frente, tomando una posición solemne. Su expresión me indicaba que permaneciera quieto. Al parecer algo más acontecía en el refugio. Sin previa orientación la multitud quedó disuelta, dividiéndose con suma rapidez en dos grupos posicionados a ambos costados del sendero. El camino quedó despejado, como si se tratase de un súbito desfile.
No pude evitar girar mi cuerpo al advertir la imperceptible conversación que llegaba proveniente de mis espaldas; todos los presentes mantenían la mirada centrada en la mencionada dirección. Una delegación se acercaba a marcha rápida. El grupo, compuesto por doce miembros en su totalidad, sobresalía del resto, denotándose el elitismo de su presencia. En efecto, eran los cabecillas del bajo mundo, los jefes y líderes de las organizaciones más buscadas a lo largo de todo el continente. Se resentía la ausencia de Maximus en dicho círculo.
Al frente del conjunto, guiada por una joven que cumplía la función de lazarillo, una anciana de aspecto encorvado y mirada perdida tomaba la delantera. El tono oscuro de su piel hacía denotar el blancor de sus pupilas. La expresión de su rostro endurecido reflejaba con disimulo el pánico ante la reciente situación.

Tomando la posición central en la formación de la delegación, custodiada por el resto del mandato, se encontraba Alicia, justo a su lado caminaba Eva.
La reconocía así estuviese a millas de distancia, en medio de la más apagada noche. Quería acercarme desesperadamente mas al primer amague los guardias suprimieron mi intensidad haciendo notar sus armas. Había recorrido media ciudad para llegar a Eva y ahora ni siquiera podía acercarme. Estaba tan cerca que casi palpaba su aroma en el aire.
Alicia me dedicó una mirada severa desde la distancia, la noté extrañamente sorprendida ante mi presencia, la frialdad en sus ojos me lo demostraba. Ni siquiera reaccionó al verme, su rostro permaneció pétreo y analítico. Colocó su mano izquierda sobre el hombro de Eva y la condujo recelosa el resto del camino. Un escalofrío recorrió el contorno de mi columna.
—¡Eva! —dije desesperado haciendo caso omiso a las advertencias de mis custodios, aunque de mis labios solo nació un sonido apagado y carente de energía.

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