Capítulo 19. •La Caída del Este•

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¿Cómo habían logrado traspasar las defensas y la exhaustiva vigilancia del Paso Este? La Casa Regia iba a por todo lo que representase una amenaza para su sistema, sustentado por años bajo el mismo eslogan de control total. Todo lo que escapase de su intervención y jurisdicción sería eliminado. La Dama de Hierro se había atrevido a dar el paso. Los aires en la Neo Ciudad debieron cambiar.
Frente a mí se mostraba un panorama de desesperación, imágenes difusas de un refugio bañado por el caos. Las nubes en el cielo eran profanadas por la imagen de las tropas aéreas de la Casa Regia, mostrando su logo blanco y turquesa con intensidad. Sentí los pasos retumbar estridentes en el suelo. Yo aún permanecía aturdido, tendido de espaldas. «¿Qué demonios?», era lo único que aunaba en mis pensamientos, atados al desconcierto. Intenté ponerme en pie.
Mis fuerzas flaquearon, provocándome una recaída, sin embargo, no podía permanecer en el lugar.

Abriéndose paso entre una multitud desorbitada, Victoria y Londres acudieron a mi ayuda. Ladearon algunos de los escombros que entorpecían el camino y nos refugiamos bajo el poco resguardo del domo, que había resistido airoso el impacto de la explosión. Una ardiente ola de rabia fungía en lo más recóndito de mi ser. La Dama de Hierro optaba por los métodos más toscos para imponer su voz, volviéndose costumbre la poca responsabilidad que cargaba de las vidas inocentes. Como araña en su red, movía todas las fichas sin consecuencias. Siempre saldría impune.
La protección del refugio caía de a poco, notándose en los enérgicos estruendos que colapsaban las estructuras y barreras. No cesaron los estallidos.
—Debemos movernos —sugirió Londres examinando los alrededores—. No podemos permanecer aquí por más tiempo, este sitio no nos brinda resguardo alguno.
—Los túneles —La pelirroja acudió al socorro de un par de lesionados cercanos, aunque se mantenía al corriente de la conversación—. La única forma de salir del refugio es a través de los túneles subterráneos. La entrada principal está bajo asedio, es imposible atravesarla.
—¿Crees estar en condiciones para llegar? —preguntó Londres dirigiéndose a mí.
—Toda esta gente… —Contemplé el entorno sin poder concluir la frase, a la par que las llamas se expandían en la distancia— Sí, puedo seguirles el paso. —tragué en seco y asentí—¿A dónde nos llevan estos túneles?
—Conducen de vuelta al desierto, al área de la ancestral represa arenosa —respondió la guardiana.
La sensación de un constante hormigueo recorriendo mis arterias me causaba cierto asombro. No acataba la idea de ser un Modificado. Llegué a salir airoso, tras el impacto de la explosión, gracias a las nuevas condiciones. Parecía como si mis células trabajaran a un ritmo acelerado.
—Guíanos el camino —inquirió Londres—, a los túneles.
—No es muy lejos, pero el tramo suele ser engañoso. Los altos cultivos actúan como las paredes de un laberinto, un giro en falso costaría la pérdida de toda orientación —continuó Victoria—. En medio de los sembrados se encuentra un oratorio, ahí yace la entrada a los túneles.

La decisión había sido tomada; quedó marcada la ruta. Victoria suplió la función de guía, sirviendo sus cabellos rojos como faro en medio de lo desconocido. Cada curva, cada intercesión, cada senda, custodiada por las altas plantaciones, estaban diseñadas para desorientar a cualquier explorador inexperto. La guardiana conocía con exactitud cada rincón y punto ciego del refugio, siendo desde el principio nuestra mejor apuesta. Corrimos, dejando el aliento en cada paso.
Avistamos el claro, tras el último giro en el centro de las plantaciones y sin tiempo que perder nos aproximamos a la olvidada construcción de piedra que descansaba apacible en el medio. Un viejo y ñato torreón de una sola entrada nos acogió. Londres forcejeó con la corroída compuerta de madera oscura y mohosa.
El viento trajo consigo un sofocador aroma, expulsado del aliento de las llamas. En la lejanía sucumbía ante el fuego el edificio principal, lugar mejor resguardado del refugio. Un intenso destello carmesí atravesó el cielo, estallando en miles de chispamos que tiñeron la mañana.
—Ha sido dada la señal —pronunció Victoria con un hilillo de voz, conmocionada por lo presenciado—. La líder ha hablado. Se rinden ante el ataque. EL Refugio del Paso Este ha caído.

Parecía ser perseguido por la desgracia, no importaba cual camino tomase, siempre terminaría ocurriendo algún infortunio del que sería testigo. El Refugio del Paso Este, otro sitio devastado ante el toque ponzoñoso de la Casa Regia.
Un definitivo tronar marcó el final de todo infortunio, eliminando de forma permanente la sección central de la comunidad, a pesar de la evidente rendición. Seguramente, la catástrofe era aplaudida por los cenadores y políticos ocultos bajo la protección de la Dama de Hierro, quienes se regodeaban con el triunfo.
Victoria señaló hacia las alturas, al gigantesco autónomo emplumado que se perdía de la vista, fundiendo su silueta con el rastro de las nubes.
—Ella se ha marchado —susurró la joven con el rostro afligido y la mirada aun perdida en el cielo—. Ella le dio la vida. Ahora es un ser libre.

Irrumpimos en la sagrada edificación, ensimismados en la prisa del momento. Apilados a un costado, uno sobre otro, reposaban los polvorientos bancos que usaríamos como barricada para asegurar las puertas ante cualquier emboscada que nos tomara de improviso.
La visión del interior de la construcción terminó aislándome de todo escenario desfavorable. El sitio, retenido en la quietud, parecía salido de una arcaica historia de fantasía ambientada en el medioevo. Londres compartía mi ensimismamiento, deslumbrado por la belleza olvidada del santuario.   
La habitación de proporciones medias y paredes de ladrillo desnudo, enverdecido por el moho, le daba acogida a un altar céntrico, semidormido bajo un vitral de llamativos colores. A sus pies varias velas a medio gastar eran iluminadas por un haz de luz difusa.
Tres líneas paralelas de delgado grosor, por donde fluía el agua, dividía el suelo, perdiéndose bajo el tabernáculo.

Victoria se posicionó a un costado del altar. Juntó sus manos en gesto de plegaria, haciendo reverencia a la figura adorada y recitó una corta e inaudible oración. El estruendo que le dio continuidad me hizo estremecer. Con un enérgico tirón la guardiana echó abajo el tabernáculo.
—Es el único acceso a los túneles. Ha permanecido sellado por décadas —mencionó mientras despejaba el espacio de escombros—. Me sería útil la ayuda de ambos.
Nos apresuramos a ayudarla.
—No nos hemos presentado aún —dijo el Modificado, apartando algunos remanentes—, me interesaría conocer el nombre de nuestra guía.
— Un placer Londres, soy Victoria. Ya conocía tu nombre desde el momento en que pisaste el refugio, me tomé el atrevimiento de investigar a todos los recién llegados.

Bajo la construcción del altar, justo en el punto donde desembocaba el agua, pude apreciar la entrada al pasaje, que nos conduciría hacia un destino habitado por la oscuridad.
La barricada que reforzaba el portón fue sacudida de improvisto, cediendo levemente tras cada impacto. No aguantaría mucho más. Nuestra posición había sido comprometida. En cualquier momento caería como un tambaleante castillo de naipes.
Una lluvia de esquirlas de cristal se cernió sobre nosotros, quedando hecho añicos el colorido vitral. Bombas de humo fueron lanzadas desde el exterior, sirviendo de camuflaje a varios drones celadores que aprovecharon la confusión para adentrarse en la capilla sin ser detectados. Nos vimos rodeados en cuestión de segundos.

—¡Rápido! Nos quedamos sin tiempo —Londres señaló con su mano el acceso en el suelo, era nuestro único punto de escape— ¡A los túneles!

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