Capítulo treinta y nueve.

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Maimónides—: “El riesgo de una mala decisión es preferible al terror de la indecisión”.

Evangeline Daxton.

14 de octubre del 2016.

Le sonrio falsamente a mi madre, tratando de que crea que estoy bien. Si se dan cuenta de lo contrario, no voy a poder hacer lo que quiero hacer. No puedo más, estoy cansada de no poder dormir por las pesadillas, la doctora redujo la dosis de mis fármacos porque hay riesgo de volverme adicta a ellos, las alucinaciones me atormentan en cada paso que dan. Solo puedo escuchar dos disparos, dos disparos que significaron la pérdida de mi alma.

Maté a dos personas y no se lo merecían.

Salgo del comedor y voy hacia mi cuarto, aprovechando que nadie me está prestando atención. Me persiguen dos figuras llenas de sangre, jugando con las heridas en sus frentes. Aprieto los ojos, intentando hacer que desaparezcan, pero ahora sus voces están en mi cabeza.

"Me dejaste morir, Evangeline”

“Teníamos un trato”

“Nos mataste”

“Asesina... ”

Suelto un chillido, no quiero escucharlos. Pero los veo, veo como se acercan hacia mi cama y me enseñan sus manos llenas de sangre mientras me señalan. Veo las mías y también lo están, mi cama lo está, y tengo un arma en una de ellas.

“Fuiste tú”

—Lo siento —gimoteo—. No quise hacerlo.

“Ahora debes morir tú también para que nos callemos”

—¿Sí? —pregunto, interesada.

Sí... Debes ir a la casa del lago, sin que nadie sepa”

—Bien —lo cierto es que desde que me dió la llave he querido ir.

Bajo las escaleras, vigilando que nadie se de cuenta de mi escapada casual. Llego hasta el recibidor y veo colgadas las llaves del auto de Evan.

Lo siento, hermanito, voy a robarte el auto.

Salgo sin cerrar la puerta de la casa para no hacer ruido, y me subo al puesto del conductor del auto de mi hermano. Sé que después de arrancar de darán cuenta de mi huida, pero no importa, ya estaré lejos.

“Eso, sigue así, llegarás pronto”

Veo como discuten en el asiento de atrás y me apresuro a conducir, introduciendo en el GPS de mi celular la dirección de la casa del lago. Llego una hora después, y salgo del auto sin apagarlo. La casa está tranquila, la brisa, un indicador de que va a llover.

“Entra, pero antes toma esa soga”

Estoy en un estado de tranquilidad tan placentera que quiero evitar que se acabe, quiero sentirme así para siempre, sin que las voces me digan una y otra vez que soy la culpable. Haré lo que sea con tal de callarlas. Veo la soga a un lado de la puerta, como invitándome a tomarla, y es lo que hago. Entro en la casa, y cierro la puerta con llave, para tener privacidad.

Hazle un nudo corredizo, de esos con los que enlazan a los caballos”

Sabiendo como se hace, me pongo manos a la obra. Sé que debo morir, debo hacerlo para poder callarlas, la culpa no me deja vivir en paz y necesito salir de esta prisión que es mi mente porque los carceleros me han a volver loca.

Ya lo estás, Evie, estás loca”

—¡Cállate! —grito a la nada.

Amarro el otro extremo de las cuerdas a las vigas del techo, y busco una silla en la cual subirme. Hago todo esto sin pensar en las consecuencias, si lo hago, voy a arrepentirme y no terminaré nada. Me pongo sobre la silla, y acomodo el lazo en mi cuello; la rigidez de la soga me hace estremecer, pero no voy a detenerme.

—¡Evangeline! —grita una voz que reconozco como la de mi hermano.

—Está tu auto encendido, a lo mejor entró a buscar algo —dijo Elliot.

—No, sé lo que va a hacer y debemos detenerla. ¡Sal de ahí, Evie!

Intenta abrir la puerta, pero está cerrada con llave. Quizás deba pensarlo mejor y esperar a hablarlo con mis padres...

¡No! ¡Eres una asesina y mereces pagar!”

El grito en mi cabeza me hace perder el equilibrio y caer de la silla, haciendo que la soga de apriete cortando el flujo del aire. Pataleo y araño mi cuello tratando de soltarme, ya no quiero, no quiero morir, merezco más.

Ya es muy tarde, estúpida”

La presión en mi pecho aumenta y el dolor es desgarrador. Son solo diez minutos más y podré morir en paz. Las lágrimas dejan mis ojos y lucho en vano para quitarme la soga, no logro nada. Poco a poco mi vista se va nublando, y es ahí cuando comienzo a perder la fuerza para luchar. Veo como mi hermano y Elliot entran, después de romper la puerta, y corren intentando liberarme.

Solo espero que lo logren.

—•—•—•—

Despierto de vuelta en el hospital, sabiendo que estoy ahí gracias al montón de luces que hay encima de mi cabeza. Parpadeo hasta que mis ojos se acostumbran a la iluminación y el dolor de mi garganta al tragar la saliva me hace arrugar mi rostro un par de veces.

Toso, al tenerla seca, y alguien me tiende un vaso de agua. Por supuesto, es Elliot. Ha estado cuidándome todo este tiempo, como si fuera una niña pequeña, pero esto es más grande que él y yo, necesito ayuda. Acepto el vaso con gusto y bebo apresurada el agua, tratando de buscarle un alivio a mi cuerpo.

—¿Por qué lo hiciste? —pregunta Elliot, después de un par de minutos en silencio.

Tardo un par de intentos en hacer que salga mi voz, y cuando lo hace, suena rasposa como una lija—: Las voces no me dejaban en paz.

—¿No pudiste decirnos eso? Te hubieramos ayudado.

—No me mires como si estuviera loca —lo reprocho, al ver que su comentario salió algo extraño.

—No lo estás.

—Voy a internarme, Elliot —le informo.

Es una decisión que acabo de tomar pero que realmente es lo que necesito. Debo hacerlo antes de que el sedante salga por completo de mi cuerpo y comience a ver cosas otra vez. No será fácil, las clínicas son costosas y extrañas, pero necesito volver a convivir conmigo misma, volver a ser yo sin miedo a nada.

Su gesto se descompone, y suelta una risa sarcástica, sin creerlo—: No, no me dejes.

—No te estoy dejando —le digo—. Estoy haciendo lo mejor para mí.

—¡Te vas a ir! —exclama— Así que si vas a dejarme. Podemos resolver esto juntos, puedo ayudarte, darte todo lo que quieras, pero no te vayas.

—No —niego—. No quiero nada.

—Te compraré lo que sea, pero no desaparezcas. Sufrí demasiado al no tenerte.

—Y no me tienes —afirmo—. Yo soy mía, estoy cansada de que todo el mundo crea tener posesión de mí.

—Por favor, Evie, quedate. Prometo que tendrás lo que quieras.

—Yo te quiero, Elliot —susurro—. Pero no te amo, y nada de lo que puedas darme va a hacer que me quede.

Veo como llora en silencio, asimilando lo que estoy diciendo, y mi corazón se rompe porque lo quiero mucho, pero tengo que amarme a mí misma para poder amar a los demás, y tristemente, no lo hago.

Sale de la habitación, sin decirme más nada, pero yo no voy a retractarme. Es verdad lo que le dije, no lo amo.

Tomo mi celular, dispuesta a tomar la mejor decisión de mi vida.

—Hospital psiquiátrico Answorth, ¿Quien habla? —atiende una mujer.

—Soy Evangeline Daxton y llamo porque deseo internarme.

La Chica de la ventana hacia las estrellasNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ