Capítulo dos.

119 25 9
                                    

Meredith Grey—“Lo peor del dolor es que cuando uno cree haberlo superado, empieza de nuevo".

Evangeline Daxton.

28 de julio del 2016.

Tres semanas en Liverpool.

Ese es el tiempo que he durado encerrada en casa mirando el techo de mi habitación, deseando cosas que no puedo tener ni en sueños. Las personas dicen que el dinero mueve el mundo, pero nunca lo he creído, el dinero es el alimento de las personas podridas; pero lo que verdaderamente mueve mi mundo es el consuelo de mis padres y de mis pequeños hermanos, y hoy, la compañía de mi hermano mellizo, Evan.

Está demasiado guapo con su traje de rayas, hablando por teléfono con uno de sus clientes y sonriéndole a Phineas para que deje a un lado su mal humor. El adolescente está enterrado en las páginas de matar a un ruiseñor, uno de sus libros favoritos, mientras escucha música con sus auriculares puestos. Mamá baila por la sala al ritmo de algo que solo puede escuchar ella, con los ojos cerrados, mientras mi padre la observa con ternura. Es un día calmado de domingo, con la lluvia cayendo fuertemente contra las ventanas, dejando varados a todos dentro de la casa. En el piso superior, se escuchan los correteos de Clara y Hugo, quizás discutiendo por cualquier juguete. Esos dos son inseparables. Elena está en mis brazos, jugando con un mechón de mi largo cabello rubio.

Todos nosotros tenemos el cabello de ese color, rubio como el trigo, gracias a que nuestros dos padres también lo poseen. Los ojos de los más pequeños son verdes, mientras que los de Phineas, Evan y yo son azules como el cielo. Pero hay una particularidad en mí que escondo con fervor, porque gracias a ello pasé mucho en el pasado.

Le hago cosquillas a la bebé y ella ríe mostrándome sus encías con pequeños dientes. Tarareo una suave nana para que duerma, es la única forma de que descanse. Luego de unos minutos, su cabeza se va contra mi pecho y se queda profundamente dormida. Camino con cuidado hacia la habitación de Elena y la dejo acostada en su cuna, acomodando las almohadas y dejando encendida una lámpara.

—Deberías dedicarte a ello —dice una voz a mis espaldas.

La inconfundible voz de mi hermano me llama la atención, y doy la vuelta dispuesta a saber que es lo que tiene que decir; con curiosidad, pregunto—: ¿A qué te refieres con ello?

Suelta una pequeña risa—: Sé que te molesta quedarte en casa todo este tiempo sin hacer nada, no es de tu estilo, y papá esta demasiado ocupado con el trabajo para dedicarte su atención. Cuando eras más joven te gustaba cuidar a los niños de los Jeekings, y a nuestros hermanitos, y se te da de maravilla. En Liverpool hay muchas personas que trabajan en Londres, personas que viajan a diario y tienen que dejar a sus hijos solos...

—¿Cuál es el punto?

—El punto es que tengo un hombre joven, de 28 años, que tiene una hija pequeña, es uno de mis clientes. Es de aquí, de Liverpool, viven en una excelente zona. Es dueño de un montón de negocios y viaja demasiado, pero está perdiendo muchos tratos por miedo a dejar a su hija en cuidado de cualquiera. Le comenté que conocía a alguien, que tal vez estaría interesado en el trabajo, y quedó encantado con las recomendaciones de la señora Jeekings. Sería una buena forma de que despejes tu mente, ahora que no estás viajando, mientras buscas un trabajo permanente.

Lo pienso por un momento. La verdad es que sería muy bueno tener un empleo para ayudar a mis padres, y cuidar niños siempre ha sido algo divertido para mí; aunque preferiría el calor de la cocina y preparar menús complicados, esa no es mi realidad en este momento, por lo que debo buscar una forma de ganarme la vida hasta que esta me sonría.

Pero primero debo conocer a ese hombre y a la pequeña antes de aceptar el empleo, no puedo decir que sí inmediatamente sin saber en donde me estoy metiendo, no puedo permitirme ese lujo.

La Chica de la ventana hacia las estrellasWhere stories live. Discover now