Tres

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La sonrisa me duró hasta que llegue a casa y tiré el par de zapatos a la papelera

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La sonrisa me duró hasta que llegue a casa y tiré el par de zapatos a la papelera. Estaban gafados, en ni una sola entrevista que los había llevado me habían contratado.

Quizá porque te hacen cara de estreñida.

Pensándolo bien, no tenía pasta para comprar otros y eran los únicos decentes que me quedaban...

Iba a tratar de recuperarlos cuando me entró una llamada.

Salí desesperada para cogerlo y me ajuste la voz al descubrir que era un numero no registrado. Buena señal, eso podría ser una oferta de trabajo, tal vez me habían seleccionado en algún lado que ni recordaba haber echado el currículum.

—¿Si? —exclamé con mi mejor voz.

—Esto... hola, soy Héctor... —silencio sepulcral ante mi decepción—, el chico que has conocido hace una hora en el metro...

—Si. Claro. Si. Hector —mencioné con un tono de voz mucho menos eufórico.

—¿Te viene bien a las cuatro? —preguntó con cierto resquemor.

Lo cierto es que no tenía nada mejor que hacer salvo autocompadecerme de mi misma, igual hasta me hacía un favor distrayéndome toda la tarde.

—Claro, nos vemos en la puerta de la estación donde cogiste el metro esta mañana, así no habrá pérdida —dije despidiéndome antes de colgar.

Bufé.

Estoy jodida de verdad.

En mi cuenta bancaria solo tenía doscientos euros y en mi monedero un billete de cinco y varias monedas de céntimos que no llegarían ni a un euro. Probablemente me daría para el billete de bus, y malvivir hasta fin de mes, será mejor ser realistas e ir llamando a la casera para decirle que me largo en dos semanas por algún asunto familiar, mejor eso que admitir que soy pobre y no podré pagar.

Ya me estaba imaginando el regreso, las cotillas de turno haciendo presión para indagar que me había podido pasar en la gran ciudad para que tuviera que regresar y sobre todo el cartel de fracasada en la frente que iba a tener que llevar junto al careto con ojeras que lucía sin maquillaje.

Decidí no cambiarme, total... ese tío ya me había visto así y no pensaba acostarme con él como para darme el lujo de una ducha extra con un agua que tendría que pagar sin tener un duro. Ya había tomado demasiadas malas decisiones en mi vida para añadir una más al listón. Seré una fracasada, pero al menos tengo claro lo que quiero.

Comencé a sacar todos los macutos y maletas que tenía por casa de esos nueve años en Madrid. Normalmente solo iba al pueblo en navidad y vacaciones de verano si es que el trabajo que tuviera en ese momento lo permitía, pero salvo alguna excepción por ver a las chicas, lo cierto es que solía frecuentarlo poco, mis padres ya se habían acostumbrado a venir de vez en cuando.

PaRaDigMa. El Arte de Seducir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora