Incapaz. (Capítulo 33)

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Sí.

Deja abierta la ventana.

Cuelga repentinamente sin decir nada más. Me pongo de pie y me dirijo rápidamente al baño a lavar mi cara y cepillar mis dientes. Me miro en el espejo y mis ojos están rojizos.

Me suelto el cabello y lo cepillo lentamente, sin ganas, sólo mirándome en el reflejo.

¿Qué hice mal? 

Podría haber jurado que pasaría el examen. No fue algo imposible de responder, sinceramente, y me la pasé estudiando duramente.

¿Será la suerte de cada quien? o realmente, tal vez no fui lo suficientemente buena.

Sea cual sea la razón, me ha herido el resultado.

Jimin

Cuelgo la llamada. Tomo mi chaqueta, las llaves del auto y salgo rápidamente de casa sin siquiera decirle a mis padres.

Conduzco por las calles oscuras de la ciudad. Son las 12:57 am. No hay tráfico, y piso el acelerador.

Debe de haber un error. 

Sería más creíble que me hubieran rechazado a mí. ¿Pero a ella? 

Todos los planes que tenía se acababan de arruinar. Mi alma también se acababa de arruinar.

Hace unos momentos podía haber explotado con mi propia alegría. Ahora podría consumirme y convertirme en cenizas.

Es increíble cómo una persona puede convertirse literalmente en tu vida entera.

¿Seré capaz de sobrevivir tanto tiempo sin ella? Primeramente, ¿seré capaz de dejarla?

La dejaría indefensa, sola, frágil, vulnerable. 

Sí, quedaría vulnerable ante cualquier cosa. Ante cualquier persona. No es que ella no sepa cuidarse sola, sino que ella es mía.

Ella es mía.

Y siento la necesidad de protegerla ante cualquier cosa. Ante todo, ante quien sea.

Incluso alguien podría mirarla mientras yo no esté cerca. Ella incluso podría acostumbrarse al hecho de que no estoy. Ella podría mirar a alguien más que no sea a mí.

No. 

Eso no.

Se me tensa la mandíbula, aprieto fuertemente el volante, y piso el acelerador aún más.

Voy por los 120 km, y espero que no me detengan por exceso de velocidad.

Por fin llego a su casa, y la luz en su habitación está encendida. Apago el auto, salgo y me dirijo a su ventana que está abierta.

Trepo por el árbol y entro por la ventana. 

No hay nadie en la habitación, y decido esperar. Al poco tiempo se abre la puerta del baño y ella sale. Lleva unos shorts para dormir rosas, y un suéter blanco. Su cabello suelto y sus mejillas y nariz están rojas. 

Me doy cuenta al instante que estuvo llorando.

—Hola —le digo.

Me mira y los ojos se le agrietan al instante. Corre hacia mí y se lanza a mis brazos escondiendo su cara en mi cuello. La abrazo fuertemente, y me quedo en silencio.

Sé que intenta no llorar, ella es una chica fuerte y no le gusta que la vean débil.

Pero ahora quien siente un nudo en la garganta soy yo. 

—Hola —me responde en voz baja.

—Por favor, no llores.

—No estoy llorando —me abraza más fuerte, escondiéndose en mi cuello.

—Sé que no estás llorando, sólo trata de no hacerlo. No quiero verte llorar —digo siguiéndole el juego.

—No hay razones para hacerlo —dice secamente.

—Lo sé, no las hay —la aprieto aún más a mí, porque sé que en realidad hay mil razones para llorar.

Se separa para verme a los ojos, y me da inesperadamente un beso en los labios. Cierro los ojos siguiéndole el beso, y le acaricio suavemente la pequeña espalda. 

Me dejo llevar intentando olvidarme de todo. Camino con ella en mis brazos hasta la cama y caemos sobre ella.

La sigo besando, lentamente, delicadamente. Disfrutando cada segundo.

Le acaricio el abdomen y la cintura suavemente metiendo mi mano por debajo de su ropa, y ella me acaricia suavemente el cabello.

Nos separamos por un momento, y junto mi frente con la suya. Siento su aliento cerca del mío, y es muy cálido.

—Quédate ésta noche —me dice con los ojos cerrados, al parecer estando más tranquila.

—Lo haré.

Y la vuelvo a besar.

*

Pasó casi una hora, y se quedó completamente dormida. Apago la luz, me acerco a ella y la cubro con una sábana. Me quito la chaqueta y me acuesto a su lado, abrazándola firmemente. 

Se gira quedando de frente a mí, y se hace pequeña acurrucándose en mis brazos.

Le acaricio el cabello y comienzo a cerrar mis ojos también. Siento el calor de su cuerpo y eso me hace tranquilizarme por un momento.

La abrazo pegándola un poco más a mí, y siento su corazón.

Y me doy cuenta al instante la súplica que hay en sus latidos. En sus besos, en sus abrazos, en sus lágrimas reprimidas. En su simple mirada, diciéndome que no la deje.

Y entonces me doy cuenta que no sería capaz de hacerlo.


Una flor sin pétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora