Esa mujer. (Capítulo 46)

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Jimin

Caminaba por los pasillos de la universidad. Llevaba mi mochila en el hombro y algunos libros en la mano.

El pasillo estaba repleto ya que teníamos que pasar a otras clases.

—Hey Jimin, ¿vendrás esta noche? —aparecieron Jake y Kevin, deteniéndome.

—No lo sé... Me siento algo cansado —hice un gesto.

Y lo estaba. Acababa de salir de un examen de álgebra. Pero suerte había sido el último para cerrar otro curso.

—No seas aburrido, debes ir —Jake me empujó.

—Lo pensaré. Ahora si me disculpan, me largo —pasé por un lado de ellos, y seguí mi camino.

Había una fiesta esa noche para celebrar el cierre de semestre. Pero sinceramente, ya estaba cansado de esas cosas.

Estaba cansado de todo.

Cuando iba a lugares así, las chicas se la pasaban coqueteándome y repagándome sus descubiertos y bronceados cuerpos. No era para nada agradable.

Llegué hasta mi casillero y guardé mis cosas. Saqué mi uniforme deportivo, ya que tenía entrenamiento de baloncesto. Solicité una beca deportiva ya que eso me facilitaría las cosas.

—¡Muévete Park! ¿Es todo lo que tienes? —me gritaba el entrenador.

Ya estaba jadeando. Llevábamos horas jugando, y estaba bañado en sudor.

Puedo hacerlo.

Y cuando estuvo a punto de terminar el tiempo, corrí por toda la cancha, quitándole ágilmente el balón a un chico del otro equipo, saltando y encestando perfectamente.

El entrenador tocó el silbato y nos sentamos a tomar un descanso.

—Bien hecho Park —el entrenador golpeó mi espalda.

Agotado, me saqué la camiseta, y la usé para secarme el sudor mientras caminaba a las gradas.

Y entonces escuché los gritos de las chicas.

Puse los ojos en blanco. Sucedía lo mismo todos los días de entrenamiento. Las chicas sólo iban a verme jugar, o a esperar a que me sacara la camiseta.

Pero no le tomaba importancia alguna. Las chicas americanas son...

Simplemente no eran de mi agrado.

Terminó la escuela y me dirigí a mi pequeño departamento. Era cómodo, moderno y no costaba mucho, aunque últimamente me fastidiaba ver lo mismo todos los días.

Apenas entré y me dejé caer en el sofá boca abajo.

Saqué mi teléfono del bolsillo para ver la hora, y me quedé mirando fijamente la pantalla. Miré perdidamente y por mucho tiempo la fecha.

Ella cumpliría 19 años al día siguiente. No lo olvidé.

A pesar de todo, seguía recordándola.

Me quedé acostado, y bajé mi teléfono. Miraba perdidamente hacia el frente con mi brazo colgando. Sólo escuchaba los autos de afuera y las pequeñas gotas que caían del lavabo.

Era estúpido.

En un principio, creí que alejándome de ella la olvidaría. Pero no fue así, al contrario. La recordaba aún más.

Las primeras noches me la pasaba despierto, frustrado por pensar en si tal vez tomé una mala decisión. Si debía tomar mis cosas en ese instante y regresar. Si debía volver y tomarla entre mis brazos, a pesar de lo que sucedió. Y decirle que la amaba como a nadie más.

Una flor sin pétalosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora