Capítulo 5

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 Crecer en un hogar dominado por los donceles le había dado muchas tablas a Kyu. Una de las normas que había aprendido, y que encajaba perfectamente con la situación, dictaba que cuando un hombre no entendía lo que estaba sucediendo, y su desconocimiento podía darle algún que otro disgusto, lo mejor era poner tierra de por medio.

Sabía asimismo que esa misma regla se aplicaba a las relaciones entre hombres, mujeres y donceles, y eso le venía como anillo al dedo dadas las circunstancias.

Se había mantenido alejado de Sungmin, y aunque la distancia no le hubiera aclarado las ideas, tenía la esperanza de que al menos el se hubiera replanteado las cosas.

No le importaba pelearse de vez en cuando. En parte porque eso le estimulaba, y en parte también porque despejaba el ambiente enrarecido. Sin embargo, le gustaba conocer las normas del combate, y en esa ocasión, las ignoraba por completo.

Estaba acostumbrado a su mal carácter y a sus golpes de genio. Los ataques de Sungmin contra él no eran ninguna novedad.

Pero ¿besarlo como un poseso? Eso sí había sido una novedad. No se quitaba ese beso de la cabeza. Le había dado muchas vueltas, pero no había llegado a ninguna conclusión.

Lo que le molestaba.

Las conclusiones, las soluciones, las alternativas y los compromisos... eran su especialidad, pero ante un rompecabezas tan personalizado, no conseguía encontrar las piezas fundamentales.

Aun así, no podía alejarse para siempre. Le gustaba ir a visitarlos cuando tenía tiempo, y además tenía que tratar con Heechul sobre los diversos aspectos legales de la empresa.

Decidió que con una semana bastaría para darse tiempo y apaciguar los ánimos. Luego tendrían que arreglarlo entre ellos. De alguna manera. Lo conseguirían, por supuesto; tampoco era algo tan grave. Para nada, se dijo mientras giraba para tomar el largo camino de entrada de la finca. Tan solo se habían peleado... y habían introducido un elemento nuevo. El había intentado demostrarle algo, y al menos en un punto él había tomado nota. Solía pensar en Sungmin, en todos ellos, como su responsabilidad, y aquello lo enfurecía.

Pues si le molestaba, que se aguantase, vaya si eran responsabilidad de él. Era el hermano de Heechul y el abogado de los cuatro; y por una serie de circunstancias que escapaban a su control, y que nadie podía cambiar, era el cabeza de familia.

Sin embargo, intentaría ser más sutil a la hora de ejercer su responsabilidad.

Tampoco podía decirse que cada dos por tres anduviera fisgando en su negocio. De todos modos... De todos modos, se dijo, intentaría marcar cierta distancia.

Era indiscutible que Sungmin había logrado dejar claro su punto de vista. No era hermano suyo, pero eso no significaba que no fuera un miembro de su familia, y él tenía todo el derecho de... «Basta», se ordenó. No arreglaría nada si se acercaba a el con el aire de quien está dispuesto a estropear las cosas de entrada. Mejor sería analizar el terreno y dejar que tomara el la iniciativa.

Así podría reconducir a Sungmin hacia el lugar que le correspondía. «Sutileza», se recordó.

¿De dónde diablos habían salido todos esos coches?, se preguntó. Era martes por la noche y no recordaba que hubiera ninguna celebración programada en Votos. Se acercó al estudio de Wook para aparcar, salió del coche y frunció el ceño al ver la casa. Estaban celebrando una fiesta. Vio los arreglos manuales de Donghae expuestos con prodigalidad en el pórtico de la entrada y oyó, aun desde lejos, los sonidos y las voces típicas de las fiestas.

Durante unos instantes Kyu se quedó inmóvil contemplando la escena. Las luces resplandecían a través de las ventanas convirtiendo la casa en un lugar de celebración y acogida. Se respiraba hospitalidad, con un toque de elegancia. Como siempre. A sus padres les encantaba actuar de anfitriones en pequeñas reuniones íntimas, y también dando grandes y espectaculares fiestas. Supuso que Heechul había heredado el testigo con toda naturalidad. Sin embargo, en momentos como ese en que llegaba a casa inesperadamente (porque esa seguía siendo su casa), solía sentir una leve punzada, un dolor agudo que le recordaba su pérdida, la de él y la de los chicos.

Sabor de amorOù les histoires vivent. Découvrez maintenant