—Es hora de levantarte, chica tragedia —susurró Tiago en mi oído.

Joder, había olvidado que su acento y el timbre de su voz hacían estragos en mí. Lo vine a recordar cuando todo mi cuerpo sintió una corriente deslizarse por él. 

Había estado tan concentrada en mis pensamientos que ni siquiera escuché cuando él había entrado. Aunque bueno, el muchacho tenía la habilidad de escabullirse sigilosamente sin hacer nada de ruido. Hábito que habrá adquirido por ser un asesino serial.

—¿Desde cuándo me das los buenos días?

Me giré quedando de lado con el sentado en el borde de la cama. Arrugué las cejas al ver que en la mesita había una bandeja con lo que parecía ser mi desayuno.

—Estoy tratando de ser una persona normal.

—¿Y qué es una persona normal para ti?

—Una que se preocupa por los demás.

Levanté una ceja. 

—He notado que rara vez desayunas. Mi mamá dice que el desayuno es el plato más importante del día —continuó pasándome el plato con una sonrisa en los labios.

—Espero que sepa bueno.

—Dulzura, yo estoy bueno y todo lo que hago es así de bueno.

—Eso ha de comprobarse, sería una lástima no agregarlo a la lista de tus habilidades.

—Oye, si no te gusta siempre está la opción de comerme.

Reí. 

—Gracias por el desayuno. Ahora vete y dile a esos dos que se despeguen de mi puerta, que no me he muerto.

Tiago no se movió de su lugar, en cambio se puso más cómodo. Su ojos recorrieron mis rostro, cuello y lo que se podía ver de mi pecho. Volvió su mirada a mis ojos y apretó los labios.

—¿Por qué no me dijiste que habías encontrado a tu tía...?

—Si de eso querías hablar, no debiste enmascararlo con un desayuno. —Me crucé de brazos dejando la cerámica de lado.

—No tiene nada que ver, pero creo que —hizo una pausa—... olvídalo.

Le sonreí haciéndole una seña para que me dejara sola.

Cuando Tiago se marchó boté la comida, me di un baño y me vestí con un vestido que usaba para ir a la iglesia. Era gris, largo y viejo. Nada bonito ni presentable, no tenía ánimos, pero me sentía cómoda.

Antes de bajar a la sala fui hacia la habitación de Alessio. Otra vez no había rastro de él por ninguna parte. La habitación estaba desordenada, la cama sin tender y los papeles esparcidos por todo el suelo. No perdí tiempo y agarré una de las hojas, creyendo que vería la misma lista de nombres de días antes, pero no, era un dibujo extraño; un nudo de líneas sobre una persona tendida en la cama. Agarré otra hoja, estaba escrito con un lapicero negro "¿Opción A o opción B?" y abajo firmaba "Alessio Castelli".

—¿Sigues vives, chica entrometida? —cuestionó Alessio parado en la abertura que según yo, daba hacia el baño. Traía el cabello despeinado y los ojos hinchados. Me dio un vistazo rápido y pude ver el reflejo de una sonrisa burlona.

—Lo que se ve no se pregunta, chico que le gusta dormir en la bañera.

Él entrecerró los ojos mientras caminaba hacia mí.

—Cada quién tiene sus manías y malas costumbres, tú más que nadie sabes eso. —Me arrebató las páginas de las manos.

—Sí, pero esa cama se ve muy cómoda para que tengas que dormir allí dentro.

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora