10 | Un momento más

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...Estaba en los años cuarenta, sabía que estaba en la misma ciudad pero todo lo que veía alrededor era distinto, como si las cosas aún no terminaran por definirse, como si la ciudad apenas comenzaba a convertirse en la ciudad que él conocía. Le costaba un poco poder ubicarse, pero cuando comenzó a caminar por la pista recién construida se encontró con casonas con balcones que él conocía muy bien porque siempre había caminado por ahí. La única diferencia era que esas edificaciones se veían casi nuevas, mejor cuidadas y desde el interior se escuchaba el murmullo de las personas que conversaban. Siguió caminando por las calles, mirando todo y comprendió que se encontraba en el centro de la ciudad. Algunos carros pasaban a velocidad, otras personas iban en bicicleta de un lado para otro. Roberto solo se limitaba a observar, sabía que estaba en el pasado, la historia que le había contado el señor Efraín era cierta, el Ayahuasca te podía mostrar el pasado, pero ahora que estaba ahí no sabía qué era lo que tenía que hacer a continuación. Siguió caminando y llegó a una de las plazas del centro de la ciudad, estaba rodeada de edificios blancos y los árboles que se alzaban alrededor de la plaza danzaban con el viento que soplaba. Las voces de las personas y de algo de música provenían de algunos de los edificios. Roberto cayó en cuenta que eran cafeterías y bares. Era una noche normal en una de las plazas del centro de Lima.

—Siempre me ha gustado más este lugar que la plaza de armas —dijo una voz.

Roberto la reconoció de inmediato y volteó para mirarlo.

—Peter, ¿qué es lo que debo hacer? —En el rostro de Roberto había una duda creciente.

—Relájate, viejo amigo —dijo Peter Tuesta, vestía el mismo terno gris que había tenido cuando lo vio en la sala—. Ahora mismo lo que debes hacer es dejarte llevar por esto —puso la palma de su mano sobre el pecho de Roberto.

—¿Solo eso?

—Así es —Peter Tuesta sonrió, miró a su amigo y comenzó a caminar. Roberto caminó a su costado—. Lamento mucho que estés acá.

—¿Por qué lo dices? —Roberto miró a Peter Tuesta.

Se acababa de dar cuenta que ambos vestían el mismo terno.

—Porque el hecho que estés acá significa que aún no has podido recordar tu último deseo.

—Sí, eso es verdad —respondió Roberto, mirando al suelo. El sonido de las personas en las cafeterías no hacía más que avivar el ambiente—. Además hay otro problema que me obligó a hacer esto, parece que mi tiempo en el mundo de los vivos está por llegar a su fin, así que... —Roberto levantó los brazos como diciendo que no tenía idea de qué más podría hacer—, aquí estoy conversando contigo en lo que parece ser... los años cuarenta, ¿no es así?

—Sí, así es. Es el diecisiete de octubre de mil novecientos cuarenta y ocho. Cuidado —dijo con calma, mientras agarraba a Roberto del brazo. Habían llegado a un esquina y de un bar salieron un grupo de mujeres con vestidos de colores pasteles, todas reían y murmuraban algo mientras miraban hacia el lugar de donde habían salido. Detrás de ellas salieron unos cuantos chicos, siguiéndolas. Las chicas gritaron y luego rieron mientras se abrazaban con sus respectivas parejas—. No lo recuerdas pero es en estos años en donde la vida en esta ciudad se comenzó a sentir tranquila. Quizás tuviera algo que ver con el hecho de tener un negocio y que sea uno exitoso lo que hacía que las ambiciones que teníamos de jóvenes se calmaran, pero sea como sea, esta década y la que vino fueron una de las mejores.

—Si dices que todo estaba bien, ¿cuál crees que haya podido ser mi último deseo? —Preguntó Roberto.

Cruzaron la pista y siguieron caminando. Ahora pasaban por casas en donde vendían comida, toda la calle se llenó de un aroma exquisito. Roberto levantó la mirada y se vio con un gato que los miraba desde uno de los balcones de madera.

El Café de las Almas PerdidasWhere stories live. Discover now