07 | Memorias que florecen (I)

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El invierno en la ciudad era cada vez más frío, con nubes de un gris tan oscuro que le daban a la ciudad entera un aspecto triste y desolador. Las personas que llegaban a la cafetería lo hacían para pedir un café caliente o una taza de chocolate que pudiera calentarles hasta los huesos. Roberto se había dado cuenta que durante el invierno muy pocas Almas Perdidas llegaban a la cafetería. Había pasado un mes desde que se había enterado que era un Alma Perdida y un poco menos desde que Peter Cat les había visitado.

Desde ese día las cosas habían cambiado.

* * *

Un par de noches después de la visita de Peter Cat, La señora Esther, junto con su hijo, le habían pedido a Roberto que se reuniera con ellos luego de cerrar el local. Aquella noche Gabriela había salido con Ceci y otras amigas al cine. Por más que Gabriela le había insistido a Roberto que saliera con ellas, él dijo que no. Esa decisión era porque quería aprovechar su ausencia para poder conversar sin problemas con la señora Esther y el señor Efraín, y también porque quería evitar que Gabriela supiera que él era un Alma Perdida.

—Nos da mucha pena saber que eres un Alma Perdida —le dijo el señor Efraín, sentándose y preparándose un poco de café. Estaban en la cocina de la casa—. Para ser honesto, esa era una de las teorías que teníamos cuando llegaste acá y te vimos conversando con el Alma Perdida, ¿no sé si lo recuerdas? —Roberto asintió, mirando la taza de café que la señora Esther le acababa de poner sobre la mesa—. Pero lo descartamos porque no creíamos que algo así pudiese ocurrir. Normalmente son las Almas Perdidas las que buscan ayuda desesperadamente y no al revés.

—Además, estaba el hecho que te habías encontrado con Gabriela mientras ella manejaba bicicleta por la calle. Todas esas cosas nos hicieron creer por un buen tiempo que quizás estábamos equivocados, que realmente eras una persona viva, alguien peculiar, pero viva después de todo. —Añadió la señora Esther, quien se había sentado junto a su hijo.

Ambos miraban a Roberto, quien estaba enfrente de ellos.

—Eso es fácil de comprender. Incluso yo pensé por mucho tiempo que estaba vivo — dijo Roberto. Puso sus manos alrededor de la taza de café. Su calentura hacía que sintiera menos frío en el alma—. Ahora que sé la verdad, no sé cómo es que debería actuar. Es extraño saber que estoy muerto, porque me siento vivo. Ayudo a las Almas Perdidas, puedo conversar con ustedes y Gabriela, puede servir el café a las personas vivas y a las Almas Perdidas. Todos me pueden ver siempre que esté en la cafetería, pero una vez que salgo a la calle, soy un fantasma más en el mundo de los vivos.

—Peter nos contó todo esto y lo difícil que sería para ti. Antes de irse nos pidió que te ayudáramos en todo lo que necesites. —Dijo el señor Efraín. Tomó un poco de café y pasó una servilleta por su bigote—. Cielo santo, Roberto, no puedo creer que seas un Alma Perdida.

El señor Efraín dejó la taza sobre la mesa y apoyó su frente sobre sus manos. La señora Esther reposó su mano sobre el hombro de su hijo, intentando calmarlo. Roberto los miraba en silencio, entendiendo que lo estimaban mucho. El enterarse que él era un Alma Perdida también era una noticia increíble para ellos. Se preguntó cómo se lo llegaría a tomar Gabriela. Al pensar en eso, miró el reloj de la cocina automáticamente, comprobando si aún les quedaba tiempo.

—¿Cuándo te enteraste que eras un Alma Perdida? —Preguntó la señora Esther, luego de un momento.

—Cuando ayudé a Gabriela a ordenar las cajas de su mamá, encontramos un álbum de fotos de la cafetería. Mientras lo revisaba, encontré unas fotos en donde salgo junto a Peter. —Respondió el chico. A esas alturas, recordar ese momento ya no le molestaba tanto como los primeros días. Se daba cuenta que quizás ya se encontraba aceptando que realmente era un Alma Perdida.

El Café de las Almas PerdidasWhere stories live. Discover now