04 | Algún día mi príncipe vendrá

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Lo que nadie dice sobre la vida es que es injustamente corta. Lo que siempre dicen es que, luego de nacer, debes crecer, tener una profesión, ahorrar, tener una familia, envejecer y, finalmente, esperar a tu muerte. En ningún momento nadie menciona que llega un punto en donde eres consciente de lo que es tener una vida. Tampoco mencionan que eso sucede casi al final de la misma, algo tarde, cuando ya nada se puede hacer. Es entonces donde comienzan los arrepentimientos. La mayoría de personas ignora todo esto y se lo pasan desperdiciando sus vidas en cosas o situaciones innecesarias: Teniendo resentimientos hacia otras personas, trabajando en un lugar que odian, haciendo algo que no les gusta e incluso pasando años sin hablar con algunos familiares.

Eso era algo que Roberto no llegaba a comprender, ¿Por qué las personas viven sin tener en cuenta de que van a morir? El solo hecho de conocer eso debería ser el incentivo para vivir la vida al máximo, disfrutar de las cosas que uno desea y amar a quien uno quiere. Olvidarse de las reglas que le imponen desde pequeños y vivir la vida que uno quiere vivir. Fue en esas tardes de atender a las Almas Perdidas, donde Roberto había terminado por comprender que el solo hecho de saber que vamos a morir era la excusa perfecta para vivir.

Aquella mañana hacía frío y todo parecía indicar que el invierno había llegado a la ciudad. A pesar de no estar completamente llena, la cafetería seguía teniendo la misma atmósfera de siempre gracias a las luces y a la ligera melodía que sonaba. Roberto estaba en la barra del café, miraba a Gabriela leer un libro nuevo que acababa de comprar y se

preguntaba cuántos libros llegaría a leer en un año. Mientras la chica pasaba las páginas se dio cuenta que hacía mucho tiempo que él no leía libro alguno. Quiso pedirle algún libro prestado a Gabriela, cuando una mujer entró al local. En sus ojos se podía notar que había estado llorando y con solo mirarle a la cara ya podían adivinar que se encontraba muy confundida. Al acercarse a la barra, Mikado se paró y corrió hacia la cocina. Roberto miró a la mujer que acababa de entrar y notó que en sus ojos no había brillo alguno, comprendió que era una Alma Perdida.

—Bienvenida a Peter Cat, ¿qué deseas para tomar? —Preguntó Roberto, dibujando una sonrisa en su rostro.

La mujer miró a Roberto de la misma forma en la que le miraban todas las Almas Perdidas cuando encontraban a alguien que sí les podía ver. Por su lado, Roberto podía ver la desesperación en los ojos de ella, la ansiedad de alguien que había estado haciendo algo hace poco y se daba cuenta que no podía hacerlo más.

—¿Tú me puedes ver? —Le preguntó la mujer.

—Por supuesto —respondió Roberto, quien seguía de pie del otro lado de la barra—. Puedes tomar asiento, si gustas —El chico señaló los asientos de la barra. La mujer miró los asientos como si fueran algo extraño y luego miró a Roberto. —¿Tienes cerveza? —Preguntó, de pronto.

Roberto la miró extrañado y trató de recordar si tenían cerveza en la carta de la cafetería.

—No tenemos cerveza, pero si lo que deseas es alguna bebida con alcohol puede que podamos prepararte un Café Irlandés —dijo Gabriela, quien se había acercado a la barra y abría unas repisas buscando algo—. Sí podemos, aún nos queda un poco de whisky — confirmó, sosteniendo una botella verde y mirando a la mujer que tenía delante de ella.

La mujer miró a la pareja que la atendía y, por primera vez desde que entró a la cafetería, sonrió.

—Te lo agradecería bastante, sí por favor. —Dijo finalmente.

—Está bien —Gabriela le devolvió la sonrisa y se puso a preparar la bebida. —Puedes tomar asiento —Dijo Roberto, señalando la silla.

—Gracias. —La mujer tomó asiento y, junto a Roberto, se quedó mirando cómo es que Gabriela preparaba el Café Irlandés que le acababa de prometer. Gabriela pasó los granos de café y puso el líquido cargado en una pequeña taza blanca, cogió la botella de verde que había sacado de la repisa y la abrió.

El Café de las Almas PerdidasWhere stories live. Discover now