06 | Peter Cat

58 2 0
                                    

El gato negro estaba sentado en la barra de la cafetería. Mikado estaba del otro lado, mirándolo. Como si esperara a que el gato negro hiciera su pedido. Alrededor, todas las demás personas tomaban sus cafés o té y comían sus postres o sandwichs sin reparar en el hecho de que había dos gatos sentados en la barra del café Peter Cat. "El café ha cambiado mucho en el lapso de diez años", pensó el gato negro, mirando las luces amarillas, la barra, las tazas blancas que reposaban encima de la máquina de café. Luego miró a las personas que conversaban amenamente mientras Gabriela y un chico atendían a las personas que acababan de llegar. El gato negro se quedó quiero por un momento, con las orejas levantadas y los ojos fijados en Roberto, mirando lo que hacía y examinando cada expresión que realizaba. Volvió a ver a Mikado, quien también lo observaba con atención. Miró su pelaje gris y sus orejas pequeñas. Luego bajó la mirada y miró sus propias patas negras y su cola peluda.

—¿Sabes? Nunca me acostumbraré a ser un gato —dijo el gato negro, levantando una de sus patas y mirando sus almohadillas.

—Yo nací acostumbrado —respondió Mikado, quien observaba cómo es que el gato negro se miraba con curiosidad. Parecía que era la primera vez que se daba cuenta de que era un gato.

—¿Hace cuánto vives aquí? —Le preguntó el gato negro.

—Desde hace muchos años, cuando la mujer que ves atendiendo aún era una niña — respondió Mikado.

—Ya veo —el gato negro se fijó en la estatua de cobre que parecía flotar enigmáticamente en medio de las luces del techo—. Gracias por cuidar este lugar por mí —añadió, bajando la mirada y volviendo a mirar a Mikado.

—De nada. Aunque si te soy honesto, nunca he cuidado este lugar. Más parece que este lugar me ha cuidado a mí —respondió Mikado, moviendo su cola.

—Sí, este lugar suele tener ese efecto con los que lo necesitan —dijo el gato negro, volviendo a mirar a Roberto.

—¿Hace cuánto que no venías a este lugar? —Le preguntó Mikado, acomodándose en la silla.

—Hace diez años —respondió el gato negro, sin pensarlo tanto—. Vuelvo al mundo de los vivos cada diez años.

—Ya entiendo —dijo Mikado, mirando a Gabriela terminar de atender a una de las personas que se estaba retirando del local—. ¿Y ya saben que eres el dueño? —Preguntó Mikado, mirando al gato negro que tenía delante de él. No sabía qué pensar, de hecho no pensaba nada en absoluto, simplemente sabía las cosas que tenía que saber mientras conversaba con el gato negro.

—Eso es algo que tendré que decirles en unos momentos. —Respondió el gato negro, moviendo sus orejas y mirando a Gabriela, quien se acercaba a la barra en ese momento.

—¡Mikado, tienes un amiguito! —dijo Gabriela, mientras se acercaba y miraba al gato negro que estaba sentado en la barra. Ver a ambos gatos delante del otro le causó gracia porque parecía que estaban conversando y esperando a que les sirvieran algo. Sacó su celular y les tomó una foto—. ¿Desean algo para tomar? —Bromeó la chica, mirando al gato negro.

—Ahora que lo preguntas, me gustaría un poco de leche tibia, por favor —respondió el gato negro, mirando a la chica.

—¿Acabas de hablar? —Preguntó la chica, mirando al gato por encima de su celular.

—Así es y también sé maullar —respondió el gato negro, mientras maullaba un poco. Gabriela abrió los ojos como nunca antes, agarró su celular con todas sus fuerzas para no soltarlo, se dio media vuelta y entró a la cocina. Al cabo de unos segundos, la señora Esther y el señor Efraín salieron apresurados.

El Café de las Almas PerdidasOn viuen les histories. Descobreix ara