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—Duérmete—, alegó entre dientes.

—¡Valerie!—, repitió.

—Te juro por lo más sagrado que hay en esta casa, Hannah Elizabeth Bailey, que si vuelves a gritar o a saltar... No me haré responsable de mis actos—, amenazó con tanta firmeza como su adormilamiento le permitía.

Había pasado la noche en vela.

Entre practicando un poco sus jugadas de ajedrez, leyendo una saga de veintitrés tomos y lidiando con la hiperactiva Hannah; habían dado las tres de la madrugada. Entradas las cuatro, la pelirroja finalmente cayó dormida y fue cuestión de treinta minutos más para que la pecosa también lo hiciera.

En la noche no le pareció la gran cosa no dormir. Es decir: ¿Qué demonios? Pasaba días completos en vela casi como hobbie, y ahora no puedo siquiera llegar al amanecer sin bostezar en el proceso.

En la noche no fue la gran cosa, en especial porque era domingo...

Sin tener en cuenta que al día siguiente debía regresar a Quántico temprano en la mañana ya que tenían un nuevo caso...- Y peor aún, primero debía llevar a la pelirroja a la escuela ya que Skyler no podría.

—¡Pero voy tarde!—, casi lloriqueó la pequeña, dejándose caer de lleno junto a la mayor, entre las desordenadas cobijas.

Tarde. Tarde. ¿Tarde?

—¡¿Qué?!

Y de un brinco se incorporó entre las varias almohadas y cobijas que la envolvían. Levantó su muñeca y fijó su mirada en el reloj allí -claro que dormía con su reloj puesto, una pequeña costumbre del ejército- treinta minutos tarde.

Maldijo por lo bajo. Y cerró los ojos, soltando una fuerte exhalación.

—¿Plan?—, cuestionó la pelirroja. A lo que la mayor asintió, aún con los ojos cerrados, maquinando un plan lo suficientemente eficiente como para que ninguna llegara a su destino tan tarde.

—Tu, a ducharte y vestirte, ya. Haré el desayuno, mientras tu comes, yo me ducho. Organiza tu bolso. Si mis cálculos no fallan en veinte minutos estaremos andando hacia tu escuela.

—Ya les di comida a los perros—, puntuó la niña con sencillez primero, luego su mueca se tornó en una asqueada—. Los gatos se estaban comiendo un ave en el jardín.

—Asqueroso, perfecto—, asintió—. Andando.

Y así fue. Hannah salió corriendo de la habitación de la pecosa, directo a la suya en el piso inferior, Valerie detrás de ella pero siendo su destino la cocina.

Escuchó el agua correr, y supo que la pequeña ya había ingresado a la ducha. Se estiró para tomar de la alacena la caja de cereal y una bolsa con pan.

Apolo ladró, con su particular energía de golden retriever, ligeramente contagiado de la energía casi errática de la pecosa. En cuanto a Ares y Adonis, se hallaban cada uno en un sillón de la sala, en ese precioso limbo entre el sueño y la consciencia.

Sacó del refrigerador el queso y el jamón. Preparó cuatro sandwiches, y por cuestiones de tiempo, los mandó al microondas por un minuto -le gustaba que el queso se derritiera.

Escuchó un maullido a su derecha, sus adorados felinos habían acabado ya con el ave, y querían más comida. Así que caminó por la cocina, hacia los platos de estos y les sirvió una generosa cantidad de comida enlatada.

—¡Ya estoy!—, escuchó la vocecilla desde el pasillo.

Sirvió a toda prisa en un bowl el cereal y acto seguido la leche. El microondas sonó, anunciando que el tiempo había acabado, y Valerie corrió hacia el comedor llevando el plato con el cereal en una mano y el plato con un sándwich en la otra.

Hide & Seek || Spencer Reid [Criminal Minds] (1)Where stories live. Discover now