Se quedó mirándome por varios segundos. Vi en sus ojos como aceptaba que lo que había dicho era cierto, pero aparentaba estar tranquilo para luego cambiar de tema. No sabía como a esa altura, él todavía pensaba que podía engañarme, cuando me sabía los significados de cada movimiento que hiciera.

—Tú estas cambiando —puntualizó poniéndose de pie y comenzando a caminar por la habitación—. Tus conversaciones son más largas, cuando normalmente respondes muy cortante, te preocupas mucho por el prójimo, te estás conteniendo, hablas más y actúas menos... ¿Qué te pasa? ¿A quién estás imitando?

—Soy un peón, Tialess. —Dejé caer mis hombros.

De un juego imaginario. 

Mi hermano se giró esbozando una sonrisa divertida.

—Un psicópata no es un peón. 

Le sonreí. 

—Deja de escalar profundo, no todo se puede saber.

—Así que estás obedeciendo para luego dar un último golpe.

Tialess solo quería información y de mí no iba a obtenerla. 

—Al final soy un Castelli.

—Estás demente, hermano. Ahora hablemos de Henrrik, sabes que no puedes matarlo. Puedo ayudarte a encerrarlo en...

—¿Hablas del mismo Henrrik que esta descuartizado en ese baúl? —cuestioné señalando la cosa grande y negra que estaba pegada a la pared. 

Tialess palideció y su boca formó un cero. Su expresión solo me hacía querer reír sin parar. No sabía con qué clase de gente él me estaba confundiendo, parecía que olvidaba que "Tiago" no era cualquier persona.

—Hasta aquí llego contigo, maldito desequilibrado mental. Trato de ayudarte, pero intentar razonar contigo es como hacerlo con nadie. Espero que mamá no le dé un infarto y muera cuando le dejen tu cabeza en bandeja de plata —siseó señalándome con un dedo.

Entrelacé mis manos y apoyé los codos de mis rodillas mientras me inclinaba hacia delante.

—Yo sé lo que hago, Tialess. Y mi cabeza se vería mejor en una bandeja de oro —puntualicé con una sonrisa burlona.

—Solo te lo advierto, porque si eso pasa te saco de la tumba, te revivo y te vuelvo a matar.

Mi hermano solo sabía decir estupideces.

—Sí, Tialess. Ya vete, si no lo has notado, tengo muchas cosas que hacer —comenté señalando toda la habitación manchada de sangre, las armas que utilicé, el baúl que debía desaparecer y otras cosas que no mencionaré.

Mi hermano observó el lugar con desprecio, me miró de arriba hacia abajo y negó. Su actitud me daba unas inmensas ganas de reír, cuando se metía en papel lo interpretaba muy bien.

—Sí, por favor. Nunca creí decir que amaba tu obsesión por lo perfecto, pero al parecer hoy todo se ha volteado, ¿eh? La gente parece zombi en la calle.

Arrugué las cejas. Al escuchar lo último que dijo solo un nombre vino a mi mente: Adelin.

—No me digas que eso tiene que ver con él.

—Tú deberías saberlo más que yo. —Sonrió de costado.

Debía dejar de hablar estas cosas con Tialess, no sé qué estaba planeando, pero no podía seguir permitiendo que se metiera en mis asuntos.

—Los murciélagos salen de noche, estoy seguro que te informas muy bien —rematé. 

—Solo ten cuidado, Tiago. No vaya a ser que a tu damisela le vaya a pasar algo.

Lo miré seriamente antes de levantarme con rapidez y acorralarlo contra la pared.

—Le haces algo y juro que te vuelvo un Henrrik.

—Ya cálmate, fiera.

—Déjate de jueguitos —le dije dándole un golpe en el pecho con mi antebrazo. 

Escuché mi teléfono sonar y fui inmediatamente hacia la mesita para contestar. 

—¿Sí?

—Tenemos un problema —avisó el dueño de la ambulancia que contraté—. Alguien se nos adelantó. 

En ese momento sentí como la ira se apoderó de mi cuerpo dándome un sacudón. Apostaba que era la gente de Henrrik, el idiota ni muerto dejaba de joder. 

—Síguelos —logré decir antes de lanzar el teléfono contra la pared.

Y como si fuera poco el enojo que cargaba dentro, alguien llevaba varios minutos tocando la puerta como si de eso dependiera su vida.

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El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora