méxico

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Los italianos sabían cómo cocinar. 

De eso no había dudas.

No cuando había una torta a medio comer en el centro de la mesa que los había dejado a todos callados, con las conversaciones perdidas entre mordiscos y café en vasos de plástico.

El staff de Ferrari era, por lo menos, agradable. E Isabella se sentía muy a gusto esa tarde, cuando varios de sus compañeros decidieron sorprenderla con una pequeña reunión de despedida antes de viajar a México.

Después del exabrupto de Dante en la fiesta, no había caso en seguir guardando su pase a Red Bull Racing, que ya era oficial.

Se sentía conforme, de todas maneras, porque esa última semana un poco había sido mágica.

Su pequeño ambiente en Maranello nunca se habías sentido tan calmo como aquella mañana unos días antes cuando ella y Charles despertaron entrelazados.

El sol entraba por la ventana, demasiado cliché para una noche que había rebalsado en lluvia.
La luz le había iluminado los ojos verdes y le había hecho brillar la sonrisa con la que la había despertado.

-Buen día, Mon amour- Charles le había dicho con una voz rasposa pero que incluía cariño.

Las conversaciones habían seguido, aún cuando el monegasco se vio obligado a  volver a su casa.

Y mientras esperaba que Susana finalizara los agradecimientos y las felicitaciones en nombre del equipo (porque bueno, dos años y moneda es suficiente para asentar un par de lazos), Isabella pudo ver al piloto por el rabillo del ojo, mirándola con una sonrisa semi-escondido en el marco de la entrada a la oficina.

Charles estaba.

No solo ahí. Desde hacía un tiempo, Charles estaba presente de tal manera en su vida que era estúpido pretender a esas alturas que no lo quería, que no sentía la necesidad de dejarse fluir y entregarse a la dulce incertidumbre de lo que podía suceder luego.

Cuando Susana le cedió la palabra, agradeció a cada uno por estar. Empezando por Paulina y vagamente mencionando a Charles (un "gracias a los pilotos por participar" no tenía por qué llamar la atención). Isabella no quería llorar. No quería ser dramática. Pero cerrar esa etapa era un montón, más de lo que su sobre exigido corazón podía soportar.

Se dejó, entonces, llevar por el momento. Su alrededor era un paneo de lo que había construido, de lo que había logrado.

Su derecha, con Charles apoyado en la puerta y la chomba de Red Bull guardada en su ropero, era todo lo que aún podía lograr, hacia donde debía avanzar.

Se sentía orgullosa, merecedora.

Se sentía feliz.

Y es por eso que ya no tenía sentido seguir guardando esa primer lagrima, sintiendo la sal calar en sus mejillas, esperando que las próximas desinflen la emocionalidad que vestía a flor de pecho.

red || charles leclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora