Capítulo 47: Esta maldita culpa

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Las primeras horas luego que supe de su accidente fueron una tortura borrosa y eterna. Morí un par de veces esperando a que mi padre me llevara al hospital: mamá insistió en que no era buena idea conducir mi moto hasta allí.

El camino estaba abarrotado de cuanto vehículo se les pueda ocurrir, y mi padre maldijo en voz baja. Luché contra el impulso de abrir la maldita puerta y correr el resto del trayecto a través del embotellamiento. Pero no lo hice, no porque no quisiera sino porque mis piernas se sentían de cemento. En cambio, cerré mis ojos y dejé que el vacío del miedo me tragara por completo.

¿Por qué no me quedé más tiempo en la puerta de su casa como siempre lo hacía? Cada vez que la dejaba, manejaba una cuadra, aparcaba mi motocicleta, caminaba lentamente hacia el roble frente de su ventana, y la espiaba, asegurándome de que estuviera a salvo.

¿Por qué no esperé esta vez? Algo estaba mal esa noche. Es como si nuestro tiempo juntos no hubiera sido suficiente para mantenerla en el aquí y ahora. Sus ojos almendrados estaban en otra parte, volaban constantemente hacia las estrellas sobre nuestras cabezas.

Alba seguía girando el cuello, como si esperara que alguien saliera de las sombras. Mi nenita estaba ausente y preocupada, y yo lo ignoré. Me convencí de que no era nada. Fui un imbécil.

Debería haberla abrazado con más fuerza. Debería haberla besado con más vehemencia. Fue como si su esencia, se me escurriera de los dedos mientras la sostenía. Lo supe, y aun así me autoconvencí que no pasaba nada.

Simplemente me fui, y eso fue todo. No supe más nada de ella. Mis últimas palabras fueron un comentario estúpido sobre el clima y cómo se me pegaba el cabello en la frente. Ella se rio ausente, y yo le dije adiós.

Después de innumerables mensajes sin respuesta tendría que haber visto la luz roja, la advertencia, su necesidad de mí. Alba siempre ha sido despistada, pero nunca tanto como para no textear.

¿Cómo pude estar tan ciego?

Entonces llegó la llamada telefónica. Su madre tuvo la gentileza de averiguar mi número y llamarnos.

Recuerdo con claridad el rostro contraído de mi padre al contarme lo sucedido. Fue hasta mi habitación y me lo dijo.

—Hijo, la madre de Alba nos acaba de llamar... Ella tuvo un accidente. Es... es grave.

Al escuchar esas palabras comencé a negar con la cabeza y cuando papá intentó poner sus manos en mis hombros, retrocedí con tanta fuerza que me di contra el respaldo de madera de mi cama, mordiéndome la lengua y sintiendo el gusto metálico de mi propia sangre.

Pensar en su cuerpo destrozado, tendida sola en el medio de la calle me desgarró por dentro.

No pude verla por muchos días, primero porque estuvo en la sala de cuidados intensivos, y luego porque sus médicos no me lo permitieron. Su madre nos mantuvo al tanto, y me preparó para lo peor de todo: ella no me recordaba.

—River, no te asustes. Sufrió un impacto muy grande en la cabeza al caer, y según el neurólogo puede que luego de que la inflamación baje su memoria se normalice. ¿Lo entiendes?

Asentí, con un nudo en la garganta tan apretado que no pude ni respirar.

Me senté a su lado y fui testigo de cómo se olvidó de mí, y de nuestra historia.

Todo lo que quise hacer en ese momento fue atraerla hacia mí, y apoyar mi cabeza sobre la de ella.

Sin embargo, todo lo que hice fue tomar su mano, y acariciar sus nudillos con delicadeza, gritando interiormente ante este giro enfermizo del destino.

No pudo llamarme por mi nombre, con esa cadencia que tanto llegue a amar, porque no lo sabía.

Tampoco me confió lo que sucedió esa tarde en esa calle, en su cabeza, dentro de su corazón, antes de que todo se derrumbara.

Cuando le tomé la mano, sus pestañas aletearon, agitándose como lo hicieron la primera vez en el bosque del lago Elsie, cuando nos miramos.

Cuando todo el cielo se volvió del color de sus ojos y mi mundo comenzó a girar en torno a su sonrisa. 




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N/A

¡Hola, mis amores!

Hoy les regalo tres capítulos más. 

Los quierooooo 

OlvídameWhere stories live. Discover now