Capítulo 1: Tu horrible vestido turquesa

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Ahogar las conversaciones vulgares y sin sentido de mis amigos se me está complicando más de lo habitual

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Ahogar las conversaciones vulgares y sin sentido de mis amigos se me está complicando más de lo habitual.  Para colmo de males, gruesas gotas de sudor perlan mi frente.

Mierda... Odio sudar.

El lápiz de dibujo se me resbala de la mano derecha: está tan transpirada que no puedo sostenerlo de manera apropiada, mucho menos lograr los trazos que quiero. Bufo, porque así no puedo captar el ángulo correcto de su delicada mandíbula en este bosquejo de una chica misteriosa que me tiene loco.

¿La conozco personalmente? No.

¿La he visto por ahí? Tampoco.

¿La tengo grabada en mi retina?  Definitiva y jodidamente sí.

No tengo una explicación exacta del porqué me es tan importante plasmar cada detalle de su rostro en esta hoja  gruesa de dibujo 1/4 Watman hoy; aunque creo que tiene algo que ver con mi miedo de dejar de soñar con ella—como lo he venido haciendo hace ya tres noches—y olvidarme de su cara.

Más ruidaje proveniente de atrás del roble en el que tengo apoyada mi espalda me distrae. Por favor, no me pregunten qué tan húmeda está mi remera porque es realmente un asco. Subo el volumen de mis audífonos al máximo, agradeciendo los bajos de "Smells Like Teen Spirit" de Nirvana.

Se levanta una brisa que solo logra esparcir más humedad sobre este claro del bosque que ya está hirviendo. Los rayos del sol, se cuelan por las ondulantes ramas de los árboles que rodean el lago,  y me golpean la cara sin piedad. Siento como más gotas de sudor resbalan por mi frente. Una en especial se queda colgada a mi ceño fruncido. ¿Alguien podría explicarme cómo es que en otoño sigue estando tan jodidamente caluroso? ¿Nadie? No los culpo, yo tampoco sé.

Mis rulos están fuera de control. Ya estoy acostumbrado a que hagan lo que quieran, pero hoy me están haciendo la vida imposible. Bloquean mi visión, y me impiden captar la expresión ausente y soñadora de sus ojos almendrados. Igual persevero con ambos: me meto unos mechones detrás de mis orejas y sombreo con determinación la curva de sus labios delicadamente carnosos.

Sonriendo, recuerdo a mi abuela que justo antes de salir me recomendó un corte de pelo. Según ella ya parecía niña. Creo que algo de razón tiene: Ricitos de Oro me envidiaría en este momento. Picasso también: la boca de esta chica es tan sensual que de solo mirarla mis labios arden de ganas de besarla.

Segundo bufido de la tarde y me decido a mandar al cuerno al clima y terminar de delinear sus facciones cueste lo que cueste. Modo desesperación sublime: activado.

La canción concluye y antes que comience la siguiente escucho más cacareos. Bajo mi cabeza sin despegar mis ojos del bloc, esperanzado de darles la impresión de que mi vida depende de estos nuevos trazos.

La esperanza no me dura ni dos segundos...

—Si convences a tu chica de bailar la última lenta de Ed Sheeran, la maldita canción hará más por ti que cualquier jugueteo previo. ¡Te lo aseguro! —grazna una voz masculina.

OlvídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora