Capítulo 29: Una impresora rota, un pajarito rechoncho, y un novio seductor

672 125 236
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Es sábado, son las once y treinta y cuatro de la mañana, y estoy contando las veces que Brisa ha entrado sin permiso a mi habitación para preguntarme cuánto me falta hasta que termine. Ya van cinco. Les juro que tengo una almohada lista para echarla ni bien entre de nuevo así le enseño un poco de paciencia a esa demonia loca.

Ya les había comentado que me gusta mucho contar. Mi mente encuentra consuelo al saber cuántos minutos han pasado desde la última vez que papá y yo hablamos: me ayuda a generar ese espacio tan necesario para que su voz venga y llene mi pecho dolorido hasta el borde. Nunca he pasado más de veinte horas sin saber de él, lo cual serían mil doscientos segundos esperándolo.

Contando distancias, latidos, cantidad de minutos, y mensajes, el ardor que tengo en el pecho se vuelve tolerable.

Sé cuantos pasos necesito dar para llegar a la reja de entrada del instituto, agarrar mi bicicleta amarilla, y huir pedaleando sin mirar atrás cada vez que me siento invisible.

Los números me ayudan a reducir mi ansiedad...

En este momento, estoy sentada sobre mi cama con las piernas cruzadas como una india. Mi vista se enfoca en mi acolchado, a mi derecha descansa el libro de cuentos de mi padre y escondido dentro de él, un calendario. Dibujé pequeños corazones en su parte superior izquierda por los días que me he visto con River: ya van cinco al hilo. Mi corazón se acelera de solo pensar en el tiempo que hemos compartido juntos, y en las cosas que hemos hecho.

«Alba, ¿dónde quedó esa adolescente inocente y su moral? No sabría contestar. Lo siento...»

Okay, seré sincera. En verdad no me arrepiento de nada. Desde ese día en la fuente, muchos besos han pasado: algunos tiernos, otros demandantes. Todos hermosos.

Juro que sabe tocar cada rincón de mi piel y hacerla cosquillear. Ayer sin más, estábamos sentados en el living de mi casa (tranquilos, mamá no estaba y mis hermanos aún no regresaban de la escuela) y sus caricias se volvieron más jugadas. Luego de una sesión de besos bastantes subidos de tono, mis piernas terminaron sobre las de él. Mi espalda estaba apoyada en el respaldo del sofá, y sus manos descansaban sobre mis muslos mientras escuchábamos a Oasis, su banda favorita, comiendo bizcochos y tomando un rico chocolate caliente.

Estábamos conversando de todo y nada a la vez, pero entonces, suena Champagne Supernova y el ambiente se carga de una vibra sensual y adictiva. Con lentitud, pero sin pausa, River comenzó a subir y bajar sus manos por mis muslos, y por un breve segundo su pulgar rozó mi entrepierna, en esa zona tan privada y personal entre besos desesperados y jadeos que terminaron consumidos por sus labios. Mis ganas de él no tienen límite.

No sabemos qué castigo le van a dar por la pelea con Tadeo, ya pasó una semana y aún nada. Supongo que tarde o temprano nos vamos a enterar, cosa que me pone los nervios de punta, pero mientras tanto estamos disfrutando de todo.

OlvídameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora