Capítulo 46: Visitas

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Hay un chico alto y elegante en mi habitación hoy. Está sentado a mi lado.

Me gustan sus rulos azabaches, se balancean con suavidad sobre su frente cuando se inclina a tomarme de la mano.

Dejo que lo haga, no sé por qué. Está esperando a que le diga algo, pero no sé bien que decir, ya que no sé quién es, ni de que le gustaría charlar.

—Hola —me dice. Una sonrisa torcida juega en la comisura de sus labios carnosos, pero no llega a sus amables ojos de un azul infinito.

—Hola —grazno. Mis palabras son como burbujas. Estallan antes de llegar a él.

Creo que me conoce. Hay gotitas colgando de sus largas y tupidas pestañas. Que extraño. ¿Habrá ido a nadar al lago?

—Lo siento —susurro.

—¿Por qué lo sientes, Alba? —Pronuncia mi nombre con cuidado, como si fuera quebradizo, como si pudiera romperse en cualquier momento.

—Es que creo que mi cerebro está roto. Creo... No estoy segura. Pero, perdóname. No sé quién eres—. No puedo leer la expresión que cruza su rostro, parece sorpresa, ¿o es compasión?

—Perdóname —vuelvo a repetirle.

¿Es esta mi nueva palabra? Perdón por existir y estar tan rota. Perdón por asustar y hacer llorar a la gente a mi alrededor. Perdón por no recordar tu hermoso rostro, y por haberte arrastrado hasta aquí.

—Somos buenos amigos, Alba. No puedes recordarlo, pero hemos vivido muchos momentos especiales, con muchas risas de por medio. Somos historia tú y yo. Pero no te preocupes, voy a ayudarte a salir de este capítulo equivocado.

Quiero seguir escuchando su voz, me hace pensar en la luz del sol, el canto de los pájaros, y el agua tibia que fluye cristalina.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto, aferrándome a sus largos dedos, no queriendo soltarlos. La reconfortante calidez de tu piel sobre la mía es un refugio para mis huesos rotos y mis recuerdos destrozados.

—River —me contesta, con la mirada nublada por mil preocupaciones.

Una enfermera entra, y le llama la atención. Dice que no es horario de visitas y en el momento en el que su mano se retira, mis dedos se congelan.

Me estremezco de pies a cabeza. Tiemblo. Tiemblo, y nunca me detengo.

La puerta se abre y mi corazón se acelera

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La puerta se abre y mi corazón se acelera. Observo su elegante mano cerrándola detrás de él.

Es River. Ha venido a visitarme de nuevo.

Le digo que mi cerebro todavía está roto, y escucha mis disculpas una y otra vez. Me regala una sonrisa torcida. Ya es mi favorita.

—¿Sabías que hay ochenta y nueve mil millones de neuronas en el cerebro humano? Casi lo mismo que el número de galaxias en el universo observable, nenita.

OlvídameWhere stories live. Discover now