⊶𝓔𝓵 𝓨𝓲𝓵𝓲𝓷𝓰⊶

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Wangji , con la maleta asida por el mango de piel, se detuvo ante la puerta trasera del teatro Yiling. Atravesar Londres sólo había supuesto una experiencia aterradora, a la par que excitante.

El ruido de los carruajes, los caballos y los vendedores ambulantes habían asediado sus oídos, mientras los orificios nasales se le llenaban de una confusa mezcla de olores: estiércol, animales e inmundicias, el aroma a levadura de una panadería cercana, el de la cera caliente de un fabricante de velas...

A primera hora de la mañana había empeñado el anillo que le había dado lord Lucier y ahora, el bolsillo de su vestido rebosaba con el gratificante peso de las monedas. Por recelo hacia los carteristas, se había mantenido bien arrebujado en su sencilla capa gris, pero nadie había mostrado la intención de acercársele. Ahora, tras haber llegado al Yiling , su aventura estaba a punto de empezar.

El teatro parecía constar de cuatro o cinco edificios, que debían de albergar los talleres y los almacenes. Tras entrar en el edificio principal, donde se ubicaba el escenario, caminó a través de un laberinto de pasillos y cuartos de ensayo. Podía oír cómo la gente hablaba, cantaba, tocaba instrumentos y discutía; la tentación de atisbar por las puertas medio abiertas se le antojó casi irresistible.

Finalmente llegó hasta una gran habitación repleta de muebles viejos, que incluían una mesa con bocadillos resecos, un queso mustio y fruta. Actores y actrices de diferentes edades holgazaneaban por la estancia, hablando y bebiendo té. Acostumbrados al parecer a continuas idas y venidas, apenas prestaron atención a Wangji . Sin embargo, un joven empleado de aire zorruno dejó lo que estaba haciendo y, curioso, se le quedó mirando fijamente de un modo amistoso.

—¿Desea algo, señorito?—preguntó.

Wangji sonrió, intentando encubrir su nerviosismo.

—Busco al señor Wei

—¡Ah! —Lo miró intrigado y sacudió la cabeza en dirección a la puerta más lejana—. Ahora está ensayando. El escenario está por allí.

—Gracias.

—No le gusta que le interrumpan —advirtió el mozalbete a Wangji cuando éste se dirigía ya hacia la puerta del escenario.

—¿Ahh, sí? No le molestaré —replicó con alegría, y sujetando la maleta con una mano abrió la puerta con la que le quedaba libre. Se deslizó a empujones a través de decorados móviles y bastidores de lona, hasta que llegó junto al bastidor derecho del escenario. Tras dejar la maleta en el suelo, se acercó a la abertura de una cortina de terciopelo verde y contempló la sala.

Con una capacidad para mil quinientas personas sentadas, el teatro Yiling era un enorme y espacioso edificio.

Unas hileras de sólidas columnas doradas con incrustaciones de cristal esmeralda recorrían los muros. Los palcos y asientos escalonados conferían al auditorio un esplendor aterciopelado, en tanto que los candelabros de cristal arrojaban su brillante luz sobre los delicados frescos que adornaban el techo.

El suelo del escenario estaba inclinado, de manera que, fueran cuales fuesen las ubicaciones de los actores, se pudiera ver a todos por igual. Los pesados tablones mostraban las marcas indelebles dejadas por botas, zapatos y decorados de miles de representaciones.

 Los pesados tablones mostraban las marcas indelebles dejadas por botas, zapatos y decorados de miles de representaciones

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