Capítulo 8: El regreso

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Un fuerte dolor en el cuerpo me hace gemir, trato de concentrarme para ver en qué lugar en específico me duele. Pero es inútil, todo lo siento adolorido como si me hubieran dado la paliza de mi vida. Decido abrir los ojos, con desespero busco a mi alrededor. Los tenues rayos de sol se cuelan por las ventanas dejando ver el comienzo de un nuevo día. Un movimiento a mi lado capta mi atención, algo pequeño se agita bajo las sábanas. Lentamente tomo el borde de esta y la levanto de un golpe, un par de pies se frotan delicadamente entre ellos intentando entrar en calor.

     ¿Pies?

     ¿De dónde salieron esos?…

     Todo regresa a mi mente como si un rayo me golpeara, mi cumpleaños, cuando quise huir del bar, la chica llamada Elena y él, esos extraños ojos mar profundos mirándome con atención.

     Todo es cierto, nada de esa noche ha sido un sueño y mucho menos una borrachera. La cabeza me mata, pero no se parece a ninguna de las resacas que he tenido en mi vida, y mira que tengo de donde comparar.

     Me levanto despacio intentando hacer el menor movimiento posible, llego al baño y observo a la chica pálida y magullada que me devuelve la mirada con una melena salvajemente enredada. Dios, luzco terrible, tengo un moretón en el rostro y una cortada en la sien. Miro el pijama de franela. ¿Cuándo me cambié?
    
     Conociendo a mi madre, de seguro ella se encargó de todo, por nada del mundo permitiría que un extraño me metiera manos. Por algún motivo el desliz de pensamiento me provoca un ardor en las mejillas, ignoro la tonta reacción, en su lugar me preparo para darme un largo baño. 

     Permito que el agua tibia me caliente el cuerpo relajándome las adoloridas extremidades, me enjabono el cabello con champú de coco frotándome con circulares masajes. Al terminar, dejo que el agua deslice la enjabonadura.

    Salgo del baño envuelta en mi pijama de pantalón y blusa de tirantes, me coloco la bata anudándola en el costado. El cabello me cae largo y sedoso ahora seco gracias al secador, acomodo algo de ropa en una esquina de la cama para cuando Elena se despierte, salgo cerrando la puerta con sumo cuidado.

     Diferente a lo esperé, la planta baja está desierta, es extraño no encontrar a mi madre preparando el desayuno a esta hora, de seguro se encuentra en su cuarto esperando a que el reloj de las ocho para marcharse y evitar la plática pendiente. Ya conozco de sobra sus tácticas para esquivar. Eso me hace soltar un resoplido de frustración.

      Por otro lado, no hay rastros del hombre, la manta está bien doblada sobre el sofá junto a la almohada. Busco por cada rincón sin encontrar mayor rastro. Pegado al refri hay un papel dolado.

     «En una hora regreso».

     Eso es todo cuanto el papel contiene, un hombre de pocas palabras sin lugar a duda. Aunque ya para estas alturas, su escasa comunicación pasa al último plano de la lista de lo extraño, siquiera creo que su falta de comunicación tenga méritos para estar en la lista.

     Necesito dejar de pensar o mi mente terminará haciendo corto circuito. Lo mejor para dejar de hacerlo es poner las manos a trabajar y qué mejor forma que preparando el desayuno.

     Ellos comen ¿no?
     Y eso demuestra que tan cerca estoy del colapso mental. 

     Tomo algunos huevos y bacón del refri, bato los huevos dejando en ellos la mitad de mi frustración. No pasa mucho para que unos pasos descendiendo por la escalera se escuchen. Elena aparece en la cocina con una sonrisa apenada.

    – ¿Descansaste?  – es cuanto digo sin tener mucha idea de cómo proceder.       

     – Sí, hacía días que no descansaba tan bien    – responde luciendo algo apenada.          

     ¿Días, acaso no es la primera noche que pasan por esto?

La flor de LisWhere stories live. Discover now