Capítulo 3: Siempre amanece

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El ave es más inteligente que yo, sin duda. Tiene toda la razón: ¿quién soy yo para dar juicios de valor?

Encogiéndome de hombros, y con demasiada pereza, salgo de mi cama, y me dirijo al baño: tengo que prepararme para mi primer día de instituto. 

Les confieso que preferiría que me crecieran alas así puedo irme bien al cuerno junto con la paloma atrevida que no quiso saber nada más conmigo. Pagaría dinero que no tengo por comprarme un boleto de ida a la mierda, lejos de esta realidad que no se siente nada genuina: no la quiero así que no la acepto.

Hace tanto calor afuera, que mi cuarto parece derretirse por entre medio de las grietas del piso de madera gastado. Mi habitación está justo encima de la cocina, donde mi madre (seguro con una tercera taza de café en su sistema) nos prepara el desayuno.

Alguien rasquetea afuera de mi dormitorio; sé muy bien de quién se trata. Copiándole a la paloma ingrata, me contoneo hacia la puerta: okay, lo admito, el trayecto me sale con muchísimo menos gracia. No termino de abrirla cuando el hocico renegrido de Clover, mi perra Golden Retriever, se asoma. Es tan linda... Parece una bola de pelos: mi pequeña leona con naricita de goma.

—Míranos, nena —le digo mientras acaricio su cabeza como a ella le gusta—. Todas acaloradas. No te quejes, al menos tú no transpiras como yo. Tú siempre te ves hermosa.

Pobrecita, está muy agitada. Jadea mientras me lame encantada. Yo sonrío, y Clover me ladra juguetonamente.

—Oye, no me regañes ¿quieres? La autoestima no es lo mío —Me arrodillo enfrente de ella y la abrazo con fuerza. Aun recuerdo el día que me la regaló papá. Se apareció en mi cuarto con una caja de cartón decorada con una cinta morada. Me llamó la atención, ya que el regalo estaba semi-abierto. Clover saltó de la caja a mi regazo, me lamió ambas mejillas, y desde entonces, jamás nos hemos separado.

Incluso en este momento, pese al calor sofocante, ella me deja abrazarla tanto como lo necesite. Se queda quieta, moviendo su cola con suavidad, apoyando su hocico en mi hombro.

—Te amo, nena —le susurro en su oreja peluda. Clover me responde con un gruñidito mimoso. Un minuto más tarde, bajo la escalera con ella pegada a mis talones.

—Buen día  —saludo a mi madre dejándome caer sobre la encimera de la cocina

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—Buen día —saludo a mi madre dejándome caer sobre la encimera de la cocina.

Tengo puesto lo de siempre: mi vestido de algodón turquesa (ese que tiene personalidad propia, y se deleita en hacer enojar a mi progenitora con arrugas innecesarias en lugares inverosímiles), y mis botas marrones desatadas.

Instantáneamente, siento la mirada de rayos X de mi madre sobre mí: me escanea sin disimulo. El veredicto es un suspiro eterno y dos bufidos que trata de sofocar aclarándose la garganta.

—¿Alba, no se supone que deberías estar usando tu uniforme? Es tu primer día después de todo.

—Mañana sin falta me lo pongo. Te lo prometo, ma —le contesto mientras ella pone los ojos en blanco.

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