Nueve: El Ritual de La Luna de Plata

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—¿Adónde crees que vas, sacrificio?

Antes de que pudiera darme la vuelta, antes de que pudiera resistirme, aquel hombre de voz melosa ya se encontraba detrás de mí. Me sujetó por las muñecas y me recostó sobre la mesa repleta de ropa desorganizada.

—¡Déjame ir! —Le ordené con firmeza, intentando ocultar el pánico que se propagaba por todo mi cuerpo, como un líquido frío y glacial que me congelaba los músculos y me tensaba cada centímetro de la piel—. ¡Jordan! ¡JORDAN!

Mis intentos por llamar a Jordan eran inútiles. El ruido de la algarabía excitada del exterior de la cueva resonaba por todas partes con fuerza, un coro completo de gritos de júbilo y diversión, mezclados con las súplicas de las que debían ser los sacrificios de esa noche, las dueñas de las prendas donde mi cara reposaba con firmeza mientras mi captor me impedía levantar la mirada.

—Jordan no vendrá a ayudarte, pequeña —Me dijo con un ronroneo, aproximando sus labios a escasos centimetros de mi oído izquierdo.

Por una fracción de segundo pude ver, por el rabillo del ojo, el rostro de mi captor. Era un chico rubio, de tez pálida y con sus ojos eléctricos irradiando esa luz antinatural y extraña de los de su especie.

Él hizo de pronto un extraño sonido con los labios, uno de gusto. Se relamió los labios con deleite.

—Si supieras lo exquisita que hueles —Dijo, volviendo a hacer aquel sonido de placer y gusto. Aproximó su rostro y me olfateó el cuello con brío. Un repentino estremecimiento me recorrió el cuerpo—. Mis dos cosas favoritas en un solo lugar.

Yo forcejeé, me sacudí como una loca para salir de sus garras, pero su peso y fuerza sobre mi cuerpo eran demasiado. Volvió a aproximar su rostro a mi nuca y pasó su lengua, áspera y húmeda, sobre mi piel cubierta por sangre. Yo prorrumpí en un grito desesperado y me sacudí con más violencia.

—Virgen y sangre: un festín que no planeo desperdiciar.

Sus manos descendieron por mis caderas hasta acariciar mis muslos desnudos y luego subieron por debajo de la camisa de cuadros escoceses. Volví a gritar, a llamar a Jordan, a suplicar con desesperación.

Sus manos subieron más y alcanzaron el borde de mis bragas.

—Justo lo que buscaba —Dijo con tono malicioso. Podía imaginar a la perfección su sonrisa de satisfacción, y me daba asco de solo verlo, de solo pensarlo.

Continué forcejeando y el continuó acariciando mi piel con brusquedad. Se inclinó sobre mi espalda, pegando su cuerpo desnudo sobre el mío, y comenzó a lamer y a morder con placer mi nuca y hombros.

Volví a gritar con desesperación, buscando una forma de salir de aquel sitio, de aquella situación. Jordan no vendría a ayudarme, y eso me lastimaba y me hacía sentir culpable.

¿Se habría ido después de todo lo que le dije? ¿Dónde estaba?

Dejé de pensar en Jordan y me concentré en mi desagradable situación, en buscar una vía de escape por mi cuenta.

Comencé a estirar las manos sobre la ropa que tenía bajo el cuerpo, logrando alcanzar mi mochila. El chico sobre mí estaba demasiado distraído cómo para percatarse de mis movimientos. Tiré del bolsillo y, como una estela fugas, pude ver el brillo de mi salvación, el destello de mi esperanza en metal: una navaja de bolsillo, perteneciente a mi padre.

La tomé rápidamente y la oculté en mi puño, aferrándola con fuerza al grado que me cortaba la circulación de los dedos.

—Quiero besar esos labios —Dijo el chico—. Quiero verte a la cara cuando te quite lo que ese imbecil de Jordan no pudo.

En La Profundidad Del Bosque (I)Where stories live. Discover now