Seis: Entre sueños

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Estaba en la cafetería, sola como de costumbre, audífonos puestos y una serie de suspenso se veía en la pantalla de mi celular. El desayuno estaba particularmente rancio esa mañana. Avena, una naranja algo extraña y un jugo de cartón. Mis ojos estaban clavados en la serie, así que no le presté tanta atención a las extrañamente crujientes hojuelas de avena remojadas en lo que parecía leche... o quizás sopa de arroz. Mi mente estaba imperturbable, enfocada únicamente en el protagonista de la serie, que tenía en aquel momento una discusión con su novia y luego eran interrumpidos por una repentina actividad paranormal.

A mi alrededor, todo fluctuaba con la misma monotonía de siempre, aburrida y repetitiva. Los chicos populares en su mesa y los demás en cualquier otra. Los chicos y las chicas solo se podían diferenciar entre el ruido por sus conversaciones obsenas o sus risitas tontas.

Mi mirada se desvió por un segundo y me concentré en el exterior lluvioso que se veía por la ventana, nublado, oscuro y frio. Era un clima particularmente agradable para quedarse en casa y no hacer nada. Pero, por obligación de mi edad y el dinero de mis padres, tuve que ir a clases y pasar el resto del día fingiendo que me agradaban la mitad de las personas de mi salon. Sé que aparento ser una amargada total que va en contra del sistema. Lo único verdadero de todo eso es el hecho de que no apoyo al sistema clasicista y machista de la escuela. Tampoco soy una feminazi, pero odiaba que los chicos pudieran ser tan imbeciles y no fueran reprendidos por ello.

Volví a enfocarme en mi serie y no dejé que nada me perturbara durante el resto de la hora de almuerzo. O al menos ese era mi plan. No pasaron ni dos minutos cuando vi que un grandulón del último año, con el cabello rubio rizado y una cara de orangután, se aproximaba peligrosamente hasta el chico nuevo que llegó esa mañana. Estaba sentado a varias mesas de distancia, solo. Recuerdo que había pensado que era porque olía a perro mojado.

El chico de último año llegó hasta su mesa y le dijo algo que no pude escuchar a causa de mis audífonos y mi falta de interés. El chico de último año tomó la bandeja de comida del chico de mi clase y solo se alejó con ella, dándole un mordisco a su manzana. El chico de mi salón solo se quedó allí, con los puños apretados y la mandíbula contraída. Parecía a punto de explotar.

Me quité un audífono para escuchar mejor y el barullo de cientos de chicos y chicas parlanchines me inundó el tímpano expuesto.

Observé atenta a aquel muchacho. Lo único que pude sentir por él fue lastima. Yo estaba sola por elección, ya que, en términos de la palabra, sí tenía uno que otro "amigo". No eran personas con quienes pudiera entablar una conversación profunda y larga, pero al menos hablábamos lo suficiente en clase. Aquel chico, solo en aquella mesa... Él estaba solo por rechazo social. Eso era peor que el exilio para un traidor. Todos lo miraban, lo señalaban y hablaban de él como si no pudiera escucharlos.

—Oye, Harriet —Me llamó Jessica, quien estaba dos mesas hacia la derecha junto con un grupo grande del equipo deportivo—. Si tanto te gusta el chico apestoso deberían casarse. Seguro que solo él querría besar esos labios dentados que tienes allí abajo.

Su grupo de amigos uniformados se partió en carcajadas, risas tontas y sonoras que prorrumpieron por toda la cafetería. Yo no les presté atención. Mi intelecto era demasiado alto como para dejarme doblegar por sus infantiles palabras.

Volví a mirar al chico y pude notar que no se había movido de su lugar, ocultando su rostro moreno bajo una capucha roja ya algo roída. Tenía en las manos un libro pequeño y parecía tratar de leerlo con atención, pero le costaba por dos razones: la primera, eran las risotadas y miradas furtivas y obvias que le dedicaban varios al pasar junto a él. Y la segunda... no paraba de mirarme de soslayo, como si tratara de analizarme para entender cuál sería la gracia de aquellos comentarios.

En La Profundidad Del Bosque (I)Where stories live. Discover now