Cinco: Lobezno

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Mi primera reacción fue levantarme del suelo con un sobresalto, colocándome de pie y dándole la cara a aquellos ojos fríos e inhumanos. Aquel color azul era extremadamente antinatural, un color que no podía ser característico de algún ser vivo... o un ser humano ordinario. Las pupilas estaban dilatadas y a pesar de estar a varios metros de distancia de la celda, se podían percibir claramente en medio de las penumbras del sinuoso bosque. Un azul eléctrico en medio de la negrura y espesor de los matorrales.

—No quería asustarte, pequeña —Dijo una voz gruesa y melosa, proveniente de la misma dirección que aquellos ojos azules—. Simplemente me pareció un deleite admirar tu paz mientras dormías.

No respondí. Me abracé a mí misma, como si eso pudiera protegerme o impedir que aquellos ojos me miraran con un morbo extremadamente palpable, casi como si me analizara de arriba abajo.

—Eres amiga del pequeño Jordan, ¿no es así?

Yo asentí, desididamente, mientras apretaba los labios en una línea recta. No quería mostrarme débil o vulnerable, pero estaba atrapada sin poder cubrir mi cuerpo semidesnudo mientras aquellos ojos de alguna clase de hombre-bestia me observaban de una forma extraña... casi con deseo. Casi con hambre.

—Valiente lo que le ha dicho tu amigo al concejo —Me dijo, volviendo a utilizar un tono meloso, profundo y arrastrado—. Siempre pensé que era un muchachito tonto. Siempre buscando razones para que lo echaran de la manada. Siempre fue extraño y esto de hoy, intentar ayudar a una ofrenda... Jamás pensé que podría ser tan estupido. Pero... viéndote mejor..., puedo comprender por qué motivo quiso protegerte...

De forma involuntaria comencé a ladear mi cuerpo y me crucé de brazos, intentando ocultar mis claramente visibles pezones, que sobresalían bajo la casi translúcida tela del camisón.

—No seas tímida, pequeña. Yo no muerdo.

Esas palabras solo causaron que una corriente eléctrica surcara mi espalda, desde mi rabadilla hasta el inicio de mi nuca. Esa voz tan calmada, propia de un depredador, causaba que todo mi ser se estremeciera del horror. ¿Qué me haría ese sujeto si lograba entrar en la celda? ¿Acaso alguien lo detendría?

—Jordan volverá en cualquier momento —Le dije con firmeza, intentando sonar casi amenazadora; aunque no tenía ni la más mínima idea de que clase de rango podría tener Jordan para si quiera intentar intimidar a aquel misterioso sujeto.

Odiaba tener que depender de un hombre para que otro de su mismo sexo no me agrediera. Yo desaprobaba ese concepto de hombre de brillante armadura. Pero, en este caso, en estas circunstancia, donde todo parecía estar en mi contra y solo contaba con mis puños raspados y mi trasero expuesto... mi única opción de supervivencia era utilizar a Jordan como arma. Tener a un Hombre lobo de mi lado sería la única diferencia entre tener las manos desnudas y tener un escudo blindado ante unas fauces descomunales de dientes filosos como puñales.

—Yo no le tengo miedo a el pequeño Jordan.

Me lo había imaginado, pero igual tenía que probar esa carta y utilizarla cuánto me fuera posible.

—Tu querido amigo no puede defenderte o librarte de lo que te espera, ofrenda —Dijo con un tono lacónico, casi como si se regodeara de sabiduría—. Serás la atracción especial dentro de dos noches. Cuando la luna de plata esté en lo más alto del firmamento y su luz penetre directamente sobre el estanque de la vida.

No había entendido nada de eso, pero tampoco iba a preguntárselo. Toda la información que me dio ese extraño ser se la iba a sonsacar a Jordan cuando regresara, cuando volviera a estar frente a mí y recuperara algo de mi habitual valentía. Ahora, me sentía más bien una liebre escuálida y sin oportunidad alguna de escapar.

En La Profundidad Del Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora