12. Una mujer poderosa y astuta

2.3K 277 81
                                    

Amanda entró a mi oficina sin permiso, arruinando el ambiente ameno que tenía con Margo en este momento.

Incluso Margo, siendo mi esposa, tocó la puerta antes de entrar. ¿Por qué Amanda tenía estos atrevimientos?

Marqué distancia de Margo un poco, mientras le dirigía una mirada de disgusto hacia Amanda.

―¿Qué necesitas? ―espeté.

―Oh, bueno. ―Ella hizo una pausa breve, sin dejar de ver a Margo sentada sobre mis piernas―, traje té para ti.

Margo se removió en mi piernas, ante ese movimiento que ella hizo, me obligué a mirarla, solo para encontrarla con una mirada fría y oscura como la tinta.

Por alguna razón, sentía que me acababa de meter en serios problemas.

―Déjalo sobre la mesa ―ordené de inmediato, queriendo que la causa de este problema se marchara lo más pronto posible.

Sin embargo, la actitud de Margo me sorprendió. Se acomodó sobre mis piernas y se reclinó suavemente hacia mi pecho.

―¿De qué es el té? ―preguntó ella, curiosa, viéndose con una chispa forzada en los ojos.

―Oh, bueno, no estoy muy segura.

―¿No sabes?

―No... no es eso...

―Está bien, olvídalo ―Interrumpiendo a Amanda, ella agregó―: yo te agradecería una taza de café, por favor.

Amanda me miró, ¿me pedía ayuda o permiso para seguir las órdenes de Margo? No entendía ese tipo de mirada.

No me gustaba. Se sentía como si existiera una especie de secreto entre nosotros que se vio arruinado por la mujer sentada sobre mis piernas. Absolutamente así se sentía ese tipo de mirada que Amanda me lanzó a escondidas.

No tenía nada que ver con ella. Por favor, lárgate y piérdete. No estorbes.

―Ve ―terminé diciendo.

Ella se marchó en silencio. Luego de que se cerrara la puerta, tragué saliva, nervioso.

No pude evitar estremecerme cuando Margo se atrevió a hablar.

―¿Eres cercano a ella?

―No.

―No parece ser así.

―¿En qué estás pensando? ―me atreví a preguntar.

―Es solo que han pasado más de tres años... no sería raro que tú... ya sabes ―empezó a decir con torpeza, dudando en completar su frase―, otra mujer...

―¿Te molesta?

―No.

Arrugué la frente, su respuesta no me agradó.

―¿No?

Ella no respondió. En su lugar, desenredó mis manos de su cintura y se levantó de mi regazo.

―¿Qué sucede?

Quería tenerla más cerca.

Ella caminó hacia la puerta y la aseguró, luego volvió. Mientras hacía su caminata de vuelta a mi lado, por primera vez, noté la sensualidad que Margo emitía hoy. En la mañana estaba tan molesto con mi hermana, con mi madre y con la desconocida señorita Moir que no dejaban de causarme problemas; y ver de pronto aparecer a Margo en medio de todo, apenas pude asimilar siquiera su presencia.

Por la vergüenza de lo sucedido, preferí esconderme.

En ningún momento me detuve a admirar bien a mi esposa, porque me bastaba con tenerla a la vista, abrazarla, saber que estaba ahí. No notar nada más fue un grave error de mi parte.

Seduciendo al chefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora