10. No seas codicioso

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Tenía la intención de salir del auto antes de que Margo lo hiciera, pero llegué tarde por unos segundos. Margo pisó el asfalto frío con sus pies desnudos. La miré con disgusto.

―¿Qué? ―dijo ella al notar mi mirada; riendo con desdén, agregó―. ¿Ibas a abrirme la puerta?

Más que abrirle la puerta, no me gustaba que ella caminara descalza, hacía frío esta noche. Solté un suspiro profundo. Ahora solo me quedaba una cosa por hacer.

La cargué en mis brazos, tomándola desprevenida. Cerré la puerta con un suave golpe.

―Vendré por las bolsas después ―dije.

―Puedo caminar, ¿sabes? ―objetó ella, arrugando la frente de disgusto.

―Incluso si no quieres, sopórtalo.

Sin nada más que agregar, rendida, ella enterró su rostro en mi cuello, avergonzada.

En el apartamento, ella se removió en mis brazos, pidiendo que la bajara. Mi intención era dejarla en la habitación sobre la cama, pero insistió en que la bajara en la entrada.

―Esto se siente nostálgico. ―Margo miró por encima de sus hombros, sonriendo―. ¿Esperaste mucho tiempo, Thomas?

Su expresión complicada me descolocó el corazón, no sabía cómo interpretarla.

―Está bien ―respondí―, ¿quieres tomar una ducha?

―No, mañana.

―Entonces acomódate, traeré las bolsas.

―De acuerdo.

Antes de salir del apartamento para guiarme al estacionamiento, noté que Margo observaba los alrededores con tranquilidad. No pude evitar sonreír ante esta nueva imagen que tenía delante.

La leve sensación de bienestar que se extendía por mi pecho me hacía creer que este lugar volvería a sentirse cálido. Con Margo aquí, realmente sentía que todo iba a estar bien.

En el parqueo del edificio, me encerré en el auto unos instantes; apoyé mi cabeza sobre el volante y solté suspiro profundo y pesado. La tensión que se acumuló en mi cuerpo se iba desvaneciendo despacio esta noche. Esto no era un sueño, Margo estaba aquí, por fin podía relajarme.

Una felicidad difícil de explicar estalló dentro de mí, extendiéndose por todo mi cuerpo. Recobré los sentidos tras este momento breve de asimilación de sucesos personales, no debería hacerla esperar. Recogí las bolsas y me encaminé de vuelta al apartamento.

En la sala, Margo no estaba. Dejé las bolsas sobre el sillón, notando los tacones tirados con descuido en el piso. Esa imagen me hacía alucinar por muchas razones, era divertido. Reí.

No seas codicioso.

Me dirigí a la habitación, donde intuí que estaría Margo. En efecto, ella estaba sentada en la orilla de la cama, sacudiendo sus largas piernas y desnudas en un vaivén que se detuvo al verme entrar.

―Olvidé comprar pijama, tomé prestada una de tus camisas.

La imagen de Margo con una de mis camisas puestas era en definitiva una imagen erótica difícil de olvidar. Me gustaba mucho. Ella saltó al suelo todavía con los pies descalzos, se encontró conmigo y rodeó mi cuello con las manos.

―¿Te tomarás una ducha? ―preguntó.

―No ―respondí―. Mañana lo tomaré contigo.

Ella sonrió abiertamente.

Seduciendo al chefWo Geschichten leben. Entdecke jetzt