Capítulo IX: Lo que vale un trono

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Se encontraban ante la imponente pared de la mina. Los túneles eran incontables, ¿cómo saber cuál era el que conducía a la entrada subterránea?, pensó el jadesiano. Antes de que pudiera preguntar, Runi le pidió que buscara la entrada ZFG, que era la que había anotado el señor de la fortaleza en su último escrito. Debía ser el código del túnel, ese tipo de numeración era igual en todas las minas. Keldarion se puso a leer los pequeños letreros grabados en la entrada de cada uno de los túneles. Runi le sugirió que buscara por la misma zona que él, ya que el orden de numeración parecía tener algún tipo de patrón.

Runi, de repente, cogió dos picos, uno con cada mano, y comenzó a golpear la roca haciendo saltar grandes trozos. El jadesiano, que no entendió bien las intenciones del enano, preguntó cuál era el objetivo, si había encontrado algo en aquella pared.

—No, no, pero hacía mucho que mis manos no golpean la fría piedra. ¡Cómo lo he echado de menos! —contestó Runi golpeando con todas sus fuerzas la pared rocosa.

—Maldita sea, enano, tus años de cautiverio te han afectado al juicio, ya tendrás tiempo de picar cuando llegues a casa. Ahora, ¡encuentra esa entrada! —le reprendió el jamesiano al cual toda aquella aventura improvisada le gustaba cada vez menos. .

Por fin el viejo enano dio con la excavación ZFG. Era una de las más amplias, más de diez puertas de anchura, seis vías mineras se introducían en él. Aprovechando esto, Runi se acercó a uno de los carros vacíos que se encontraban en las vías y se montó.

—¿No esperarás que te empuje? —preguntó el jadesiano.

—Tranquilo, camarada, no te pediría que hicieras nada fuera de tus posibilidades. Sube ya.

Keldarion entró en el carro. La escena era lo suficientemente ridícula como para que el jadesiano se sintiera incómodo. El enano señaló al fondo de la carreta, que parecía tener un falso fondo. El jadesiano lo levantó y unos pequeños pedales quedaron a la vista. Keldarion miró al enano con recelo y este masculló con ironía.

—¿No esperarás que pedalee yo, un viejo y cansado enano?

El jadesiano, a regañadientes, no tuvo más remedio que pedalear. Sentía una gran vergüenza, un príncipe jadesiano pedaleando un vehículo de simples mineros, por si fuera poco, el enano, al cual tenía que llevar, se estaba mofando de él.

Sin embargo, Keldarion se sorprendió del ligero pedaleo que necesitaba para mover aquel pesado carro y su carga; aquel mecanismo era una verdadera obra de ingeniería.

Avanzaron unas treinta puertas cuando Runi pidió que dejara de pedalear. El túnel comenzaba a profundizar en la tierra y la inclinación era más que suficiente para que el carro circulara solo. El enano sujetaba en su mano la palanca del freno para mantener la velocidad. No podían ir muy rápido pues tenían que buscar entre las muchas galerías que se abrían a ambos lados el número T666. La luz de las dos antorchas era ya lo único que iluminaba las paredes, lo justo para poder leer con claridad las inscripciones en cada una de las entradas.

El túnel avanzaba y se estrechaba cada vez más y la inclinación iba en aumento. Runi mantenía la velocidad y Keldarion, que ya estaba harto de leer tantas inscripciones, las pronunciaba en voz alta: J349, L435, M214, P452... Durante veinte minutos continuaron avanzando. El enano había tenido que cambiar de carril varias veces ya que habían ido reduciéndose, hasta quedar tan solo dos de las seis vías. La inclinación nuevamente había aumentado ligeramente, pero el freno respondía bien.

—Me imagino que para subir toda esta cuesta que estamos bajando tendré que pedalear —comentó el jadesiano.

—Un principito muy observador, sí señor, muy observador.

Uria I: La torre y el enanoWhere stories live. Discover now