Capítulo I: Una habitación para dos

952 70 65
                                    

Algo rompió el acostumbrado silencio de la mazmorra. Hacía años que ningún otro sonido que no fuese el de las ratas o el producido por su carcelero llenaba sus oídos.

El viejo enano alzó la mirada hacia la puerta, los pasos cada vez más cercanos le extrañaron, eran más que los pasos solitarios de un solo carcelero ¿Qué podría ser? ¿Acaso sus captores se habían hartado de su presencia y venían a intentar deshacerse de él? ¿Por fin?

El sonido de un gran manojo de llaves fue seguido por el de la cerradura. La puerta se abrió y un jadesiano maltrecho fue arrojado sin miramientos al interior. La puerta volvió a cerrarse con un fuerte golpe y los barrotes brillaron con una tenue luz morada, dejando ver que la magia que la protegía aún era poderosa.

El enano curioso se acercó al jadesiano e intentó despertarlo.

—Piel-dorada, ¿estás vivo? —preguntó.

El joven jadesiano apenas gimió en una mezcla de dolor y desconcierto. El enano sacudió el polvo de la cama libre y lo acostó en ella para examinar sus heridas y tratarlas. Tras unas horas, terminó de vendarle usando las propias vestiduras del jadesiano, por suerte estas eran largas y de encajes finos, fáciles de desgarrar. Viendo que su vida no corría peligro lo dejo descansar.

El día cayó y la oscuridad inundó la celda. El nuevo visitante continuaba durmiendo con una lenta pero clara respiración. El enano estaba ligeramente contento; aunque aquel jadesiano hubiera caído en desgracia, ya no estaba solo, hacía más de sesenta años que no tenía alguien con quien hablar más allá de sus guardias los cuales eran de pocas palabras. El viejo enano se quedó cerca de la cama de su nuevo compañero con la intención de permanecer despierto. Las lesiones no debían de agravarse, pero no quería arriesgarse a perderlo tan pronto. Por desgracia el enano que ya estaba muy entrado en años apenas resistió un par de horas haciendo guardia.

A la mañana siguiente, cuando los primeros rayos de sol entraban por la única ventana de la habitación, el joven jadesiano despertó y se incorporó con lentitud ya que padecía un fuerte dolor de cabeza, posiblemente debido a los golpes de sus captores. Miró a su alrededor ignorando por completo al pacifico enano que había dormido en el suelo, a los pies de su cama. Se plantó y caminó por la celda de lado a lado. Tras un rato pensando y calculando, se detuvo frente a la pared en la que estaba la ventana, ventana que se encontraba a más de dos puertas y media de altura y bien rejada. El jadesiano comenzó a pronunciar un clásico hechizo elemental y, juntando sus manos, acumuló magia durante unos minutos. Tanta que una increíble luz inundó toda la habitación despertando al viejo enano. Éste, mirándole seriamente, dijo en tono severo:

—Es inútil joven, éstas son las paredes de la torre de la fortaleza oscura. Están hechas de piedras negras de Kir Kut, la magia no las romperá.

El jadesiano, ignorándolo por completo, concluyó su hechizo lanzando una gran bola de magia sobre la pared que, tras un fuerte resplandor, dispersó la energía y quedó intacta.

El enano insistió:

—Joven, ya te lo he dicho, la magia no te servirá aquí.

El jadesiano lo miró lleno de ira y replicó.

—¿Cuál es entonces la forma de salir de aquí, enano?

El viejo sonrió y contestó.

—De ser posible, ¿yo estaría aquí?

Tras esto, hubo unos minutos de silencio en los que el enano observó al cada vez más inquieto jadesiano, entonces preguntó:

—Bueno, joven, ¿no vas a decirme quién eres y cómo has llegado aquí? —sonreía entre su larga y blanca barba.

Uria I: La torre y el enanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora