Capítulo 1: El puerto.

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—Detective Ivyn, pase por favor. —Escuché la voz de la señorita Elena Harvey, la psicóloga institucional.

—Buenos días. —Me digné a decir de manera cortante, atravesando el umbral de su pequeña y acogedora oficina. Todo lucía demasiado formal para mi gusto.

—Permítame decir que es una sorpresa tenerla en mi despacho. —Me invitó a tomar asiento al frente de ella en el sofá de cuerina color marrón. La señorita Harvey era una mujer joven, cuyo peinado me recordaba los días de escuela cuando me sorprendía del pulcro aspecto de las bibliotecarias, collar de perlas, negra falda tipo lápiz y blusa carmesí.

—Puede tutearme —le dije sentándome bruscamente.

—¿Sabe por qué está aquí verdad? —Me dedica una pequeña sonrisa, dentro de mi gran paranoia esa sonrisa me sabía a su triunfo personal.

La miré detenidamente antes de responder. Por el informe entre sus femeninos y flacuchos dedos deduje rápidamente que ella ya sabía la respuesta.

—¿Si le pago los siguientes meses me da el alta ya? —Me reí, aunque su rostro no se movió siquiera un milímetro ante mi broma.

Elena Harvey comenzó a hojear el informe y yo me rasqué la nuca. Me crucé de brazos y me acomodé en el sofá como si fuese mi propia casa, solo quise que el ambiente tenso pasase lo más rápido posible.

—Detective Ivyn...—emitió sin mirarme— está suspendida de la institución y mientras no progresemos en su terapia psicológica, no podrá volver a sus funciones.

—Estoy suspendida por hacer bien mi trabajo. —Dije molesta exacerbando mi mirada ante ella, podría haberme mordido los labios en ese momento.

—Según su capitán durante los últimos ocho meses ha estado desacatando las ordenes —sigue leyendo el informe— y es porque hace bien su trabajo que no ha sido despedida de la brigada de investigaciones.

Rechisté queriendo tomar aquella figurita decorativa griega que se posaba majestuosa sobre la mesa de centro entre Harvey y yo, me dominaba el deseo de lanzar el cuerpo de afrodita lo más lejos posible de la galaxia, el dolor y el enojo me carcomía como un cáncer incurable.

—Solo quiero ayudarla —Dijo luego de largos segundos y yo solo pude pensar en que su voz me sonaba robótica, como una especie de Alexa que tiene la institución aquí. —Según sus informes personales ha tenido comportamientos agresivos, obsesivos y poco profesionales en sus últimos casos.

Mi mente divagó en las últimas investigaciones que tuve, la desaparición de Callie y el asesinato de Miller. La vida de un policía es dura, pero a eso nos dedicamos, a encargarnos de cosas duras.

Ese día no avanzamos nada y las siguientes sesiones psicológicas con Harvey me sonaron a puro papeleo y pinceladas superficiales, a un cliché "¿Y eso cómo te hace sentir?". Cada vez que pisaba el despacho de la psicóloga institucional mi mente aún se concentraba en los casos de los cuales fui suspendida injustamente ¿Cómo esperan que haga mi trabajo si en vez de estar recopilando información tengo que estar con esta mujer contándole mis temas personales?

—Pase detective Ivyn. —Escuché a Elena Harvey la mañana del 20 de febrero sexta sesión, me adentré a su despacho como siempre lo hacía y me senté en el espacio al medio de su sofá marrón; ese día la psicóloga traía el cabello suelto y sus típicas gafas de nerd, un pañuelo morado de seda le arropaba el cuello, olía bien aún desde lejos.

—Hola Harvey. —Saludé sin ánimo alguno sujetando en mi mano derecha el asqueroso café que solía comprar en la máquina expendedora del edificio.

A donde vuelan las MantarrayasTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon