Capítulo 2 : La orilla.

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—¿Tan temprano estás lista? —preguntó mi madre entregándome dinero de su pequeño bolsito rosa.

—La escuela es muy grande —respondí— y no quisiera perderme entre los pasillos el primer día.

Recuerdo haberme levantado de la cama justamente al son del despertador esa mañana. Me vestí rápidamente con el nuevo uniforme color negro y metí en mi mochila todo lo necesario para empezar el nuevo año escolar.

—Atlantis, no quiero volver a repetirlo. —Dice mi padre en tono molesto mientras sorbe su café del desayuno—No husmees en mis documentos, la próxima vez que encuentre mis archivos en tu cuarto tendrás problemas.

—Uhhhh problemas —Satirizó mi hermano mayor Ennio mientras revisaba el refrigerador. Es un maldito pesado.

—Tú cállate. —Bufé molesta.

—Papá, Atla ha estado entrando en tu cuarto cuando estás trabajando —Dice riendo con una expresión de hermanito retrasado.

—¡Eres un soplón! —Grito indignada sorprendida por ese ataque malintencionado— Lo único peor que un infiltrado en la cárcel es un soplón y como sigan mal tus calificaciones seguramente ahí es donde vas a llegar. Yo no le digo a papá y mamá que falsificas tus notas y faltas a las prácticas por andar de vago en la ciudad.

—No tienes pruebas. —Dice mi hermano mirándome con una expresión avergonzada y culpable.

—¿Tú crees? —Respondo desafiante golpeando mi teléfono de manera pícara.

—Basta. —Papá se molesta. —Ennio no seas un soplón y Atlantis mis documentos no son juguetes.

—Sí papá. —Suspiré con un puchero entre los labios.

Mi padre trabajaba horas extra sin parar, era detective de la comisaría n°24 de L'Eternita. Muchas veces traía sus informes a casa y por mera curiosidad entraba en su despacho del ático para hojear toda la información. Veía las fotografías de los sospechosos y solía inventarme historias al respecto. Conclusión: ¡De seguro lo hizo el mayordomo!

Decir que me consideraba una adolescente rara sería cliché ¿Quién no se ha considerado raro cuando era pequeño? Lo típico de no encajar mucho, no tener tantos amigos y que cuando las chicas de la clase hablaban de la banda coreana del momento yo estaba leyendo novelas de detectives o viendo películas de Scooby Doo. Ese año escolar no me trajo nuevas expectativas, pero como dicen, la vida da mil vueltas.

Mi nueva escuela se ubicaba a unos 15 minutos viajando en metro. Al llegar a ella la cantidad de estudiantes me colapsó un poco, no estaba acostumbrada a las multitudes y el cielo amenazaba con lluvias de un invierno entrante, por lo cual llevaba más capas de ropa que siempre me molestaban. Busqué en mi teléfono el horario, primera clase salón B-9. Tenía la costumbre de sentarme en la sección de al medio entre los bancos y a los costados del salón...lo suficientemente cerca del profesor como para atender la clase y lo suficientemente lejos como para dibujar sin ser descubierta.

Podría describir rápidamente que la clase comenzó con la Profe Lucy presentándose ante todos, que la primera lección era una prueba bastante didáctica de los conocimientos de lenguaje e historia, que me daban ganas de ir al baño por haber bebido demasiado jugo de naranja en el desayuno, pero lo realmente interesante no se visualizaba en el día en general sino más bien en la muchacha que por destino se sentó en el puesto a mi izquierda.

En un momento de inspección rápida a mis nuevos compañeros mis ojos se clavaron en el cabello negro y largamente rizado de Abney Stingrey, en las pecas color caramelo que le adornaban las mejillas y esos ojos marrones, grandes y aniñados.

A donde vuelan las MantarrayasWhere stories live. Discover now