Capítulo 5 : Azul marino.

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Aún con mi esperanza a viva voz por prepararme durante todo este año a entrar en la academia de policía de Progissea, comencé un entrenamiento personal en las vacaciones de invierno. Salía a correr cada mañana unos 5 kilómetros, realizaba 80 sentadillas, 50 lagartijas, repeticiones de mancuernas que solía pedirle prestadas a mi hermano mayor y una hora de saltos en cuerda; sólo descansaba los fines de semana para ir acostumbrando mi cuerpo a una condición atlética que a mi parecer sería "decente".

Una madrugada de día domingo aproximadamente a las 3am mientras descansaba recibí uno de los tantos llamados que se volvían recurrentes. El tono de llamada de Mantarraya agitó mi plácido sueño haciéndome saltar de la cama ya que por costumbre solía dormir con el teléfono al costado de mi almohada. Entre pestañeos y voz ligeramente engripada tomé el aparato con mis manos adormiladas y lo posé en mi oreja derecha.

—¿Manta?... —pregunté restregándome los ojos en la oscuridad.

—Atla... Hola. —Abney me saludó luego de largos segundos con un sonido en la voz que rozaba lo incomprensible.

—Manta ¿Estás bien? ¿Dónde estás? —Espabilé rápidamente prendiendo la pequeña lámpara de mi velador mientras me invadía un bostezo profundo.

—No sé, en la calle...—se ríe— eres la primera que pude llamar, te tengo en favoritos. —Definitivamente su voz sonaba super rara.

Por fuerza mayor de costumbre intuí que algo "no muy bueno" le pasaba.

—¿Estás ebria? —pregunté inclinando mis pensamientos a una afirmación más que una duda — ¿Dónde estás?

Manta no respondía, pero aun así podía escuchar ligeramente sus gimoteos a lo lejos por el teléfono.

—¿Manta? —pregunté nuevamente.

Me levanté sin pensarlo dos veces y sin despegar el aparato tecnológico de mi cabeza comencé a ponerme zapatos y buscar un abrigo.

—Me caí, me duele la pierna...—se queja— estoy en el parque, cerca... ¿creo?

—Mándame tu ubicación, voy por ti. —Dije lentamente para que me oyera lo suficientemente bien. — ¿Sí? No me cortes.

—Sí...—susurró y escuché un ruido que me parecía que el celular se le resbaló de las manos —La concha de mi madre...voy, voy...

Sin asimilar mucho la hora, el frío o la distancia, rápidamente me vestí con las prendas que llevaba el día anterior y rechistando de preocupación tomé mis llaves. Bajé las escaleras con toda mi habilidad ninja para no despertar a nadie y en cuanto salí de casa me atormentó la oscuridad que era opacada sin demasiado éxito por el alumbrado público.

Recordé que hace un tiempo, la brillante mente de Abney Stingrey tuvo la idea de vandalizar monumentos públicos con pintura en spray junto a un grupo de idiotas con los que se solía juntar para andar en skate, y para su mala suerte, una patrulla de policía los tomó detenidos por destrucción a propiedad pública, donde para más mala suerte mía, llegaron a detenerla y llamar a su madre en la comisaría donde trabaja mi papá. Esa fue la gota que rebasó el vaso para que mis padres definitivamente me dijeran a la puta cara "Esa niña es mala influencia para ti". Tampoco es que me prohibieran juntarme con ella... pero Mantarraya no es del todo bienvenida en mi casa. Si supieran en todas las situaciones incómodas y peligrosas que Abney me solía arrastrar, seguramente no me hubiesen dejado siquiera pensar en ella.

—¿sigues ahí? —susurré al teléfono.

—haa...—respondió.

Miré el chat de Mantarraya y me percaté que antes de llamarme me había enviado un montón de mensajes de los cuales ni uno solo estaba correctamente escrito, o al menos que fuese entendible a mi cabeza. Me mandó su ubicación al chat y revisé rápidamente el mapa, por bendición de la mismísima Aretha mi mejor amiga se encontraba en un parque cercano a tan solo cinco o seis calles de mi casa.

A donde vuelan las MantarrayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora