Capítulo 4: El descenso.

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Los meses posteriores al episodio escape de Mantarraya lo describiría fácil y dolorosamente como una metamorfosis inversa, una mariposa que se refugia en su capullo esforzándose por convertir su ser maravilloso en una lejana oruga.

Ese año fue especialmente complicado, como se veía venir la relación de Manta con sus padres decayó en un montón de discusiones y malos momentos donde no podría lidiar con ellos de la mejor manera. Manta bajó su promedio escolar y canalizaba todo su tiempo libre en recorrer la ciudad como una vaga que huye de su propia realidad. Los largos y preciosos rizos negros que le adornaban de su cabeza hasta la cintura, desaparecieron de un día a otro cuando me confesó que por puro aburrimiento decidió cortárselos a la altura de los hombros. Me parecía ver en algunas ocasiones aun a esa chica alegre y llena de emoción por todo, capturaba mentalmente cada momento de felicidad verdadera que ella podría ofrecerme como una fotógrafa a sus recuerdos.

Yo como fiel compañera cuya misión personal consistía en cuidarla de sus propias estupideces e impulsos irracionales, me volvía cada vez más pendiente de cada paso que daba sobre esta tierra, incluso discutimos en varias ocasiones porque solía regañarla demasiado.

—¡¡Hey!! Atlantis, si pudiste venir. —Dijo una de mis compañeras de clases una vez me aproximé a la puerta de su casa.

—Si, me libré un poco ¿Has visto a Manta? —Pregunté ignorando rápidamente su buen humor en busca de mi objetivo.

—Si, en la cocina creo, o por ahí. —me invitó a pasar.

Nuestra clase había organizado una fiesta por las vacaciones de invierno en el último año escolar y Manta insistió en que fuéramos a divertirnos. Lamentablemente esa noche no quería ausentarme de casa ya que empezaban las postulaciones a la escuela de policía de Progissea, en la ciudad capital, y planeaba documentar todos los requisitos y exámenes físicos y psicológicos que solicitaban para comenzar a entrenar y así prepararme desde ya en la paz de mi cuarto. Yo estaba decidida a entrar a la academia a mis 19 años, aunque claro, no era tan fácil si mi papá se seguía negando rotundamente, por lo cual seguía pensando en mis opciones viables. Manta sabía de mis planes porque se lo estuve comentando toda la semana como un disco rayado, pero entre su encanto natural por llevarme a dónde ella quisiera y mi incesante estrés por cuidarla, ya que su escape a la playa me había generado un trauma, al final decidí asistir a la estúpida fiesta solo por vigilar que no fuese a lanzarse desde el techo del lugar hasta la piscina o quizás que cosa, siempre me sorprendía y esperaba que esta no fuese una de esas ocasiones.

A pesar que la fiesta estaba cuidadosamente organizada para la gentuza de nuestra clase, claramente la casa de mi compañera estaba repleta de gente que yo no conocía; la música sonaba a todo volumen retumbando las paredes, en la mesa del comedor se posaba majestuosamente una enorme hielera llena de alcohol y solo por dato debo admitir que el patio delantero olía a marihuana.

En el interior me carcomía un poco pensar que si este evento se iba de las manos podría llegar la policía y yo me quedaría con cara de culo acompañada de un "Jiji yo también quiero ser de los aguafiestas". Las pocas personas que lo sabían se burlaban de mí sueño "¿Policía? Esos cerdos" decían los típicos adolescentes revolucionarios a medias cuyo propósito en la vida es usar ropa superpuestamente anarquista y postear frases rebeldes en twitter desde sus teléfonos último modelo, yo solo me tragaba los comentarios porque Manta siempre me defendía respondiendo "Sí, ¿Y qué?" con su expresión de enfado que tanto la estaba caracterizando últimamente.

—...permiso... si, lo siento, hola, hola. —Me disculpaba sin parar empujando a la gente que estaba bailando en el salón sin despegar mis ojos clavados en la cocina.

Ahí estaba ella, chaqueta de cuero negra, pantalones ajustados y esa carita pecosa que siempre me embriagaba la vida como si un solo vistazo a su rostro tuviera el poder de dejarme en un coma inducido por meses.

A donde vuelan las MantarrayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora