Capítulo 36

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John del pasado despertó dando boqueadas de ahogado, después de emerger de una profundidad de presiones líquidas envueltas en un calor sofocante. Ni John del presente ni KillerMonkey habían vuelto, y no creía que eso ocurriese por el momento. O quizás nunca, le dijo esa voz interior que no tenía problemas en dar las malas noticias. Salió afuera del departamento, llevando una Glock de nueve milímetros que John del presente había comprado como un extintor, en caso de que se presentara un incendio de aquella naturaleza y como si se tratara de un tipo poseído por deseos psicópatas espontáneos, empezó abriendo la puerta del vecino que tenía a la derecha. Adentro, un hombre gordo en calzoncillos y con un tazón de sopa en la mano, dejó caer esta última cuando vio entrar a un chico cargando el arma que podía ser el dedo de la parca con el que se cerraría su ciclo en esta vida. Miró el arma con desencajada confusión y luego al chico que inspeccionaba con rapidez todos los cuartos, para luego marcharse con el mismo silencio carente de explicaciones con el que había entrado. John probó con la puerta de la izquierda. El hecho de estar cerrada con llave, no fue problema para la bala maestra que hizo saltar la cerradura, llevándose de paso, parte de la pintura de la puerta blanca y dejando un agujero en el apoya brazos de un sillón forrado con motivos geométricos de ajedrez. El lugar estaba vacío, y la única luz era la que provenía de una bombilla pequeña y moribunda del baño. Lo mismo ocurrió con otros dos departamentos que allanó al estilo de policías de película de acción. Cerrados y sin sus dueños. Pocos inquilinos vivos quedaban en ese departamento, como debía ocurrir en todos los departamentos del mundo. No había señales de su amigo "El látigo" Terini. John se quedó respirando con resuello en medio del pasillo del piso del departamento de su yo del futuro, pensando desde dónde los habían estado espiando a él y a sus amigos, cuando escuchó el tintineo doble del ascensor a su espalda. La puerta se abrió y antes de que él pudiera enfrentar con el cañón a cualquiera que estuviera detrás, una mano nervuda con dedos que apretaban como pinzas metálicas aferró la de él, justo debajo del arma y otra mano atenazó su cuello y lo empujó contra la pared que ahora estaba en su retaguardia. Tenía el rostro bañado en sudor, los dientes algo amarillos se dejaban ver entre labios morados y resecos. Un rubor rojo resaltaba los pómulos de sus mejillas. Marc "El látigo" Terini no estaba en su mejor forma y se veía que estaba haciendo eso muy a su pesar.

—Lo siento —le dijo a John, haciendo que el arma cayera de su mano abierta por el dolor.

La pistola rebotó una vez al tocar el suelo con la punta del cañón y otra vez más con la culata, hasta quedar tendida, tan inservible como una radio vieja sin baterías.

—Lo siento —repitió por si la primera vez no lo había escuchado o tal vez se lo estuviera diciendo a sí mismo—. Esa cosa me dijo que ya eres prescindible y que ya puedes... —estreñimiento de los músculos faciales intentando reproducir con precisión un recuerdo— «salirte de la historia».

Las palabras fueron lentas y enfáticas para resaltar que no eran de su propia cosecha. Lo último que vio John del pasado fue el rostro de un hombre quebrado por un sentimiento de culpa y rabia inútil. Lo último que sintió ese muchacho de los años ochenta fueron dos manos que impedían al aire llegar a sus pulmones. El último pensamiento que tuvo ese joven de otra época fue: «¿Qué ocurrirá ahora?».

Túneles Blancos - Capítulo 1Where stories live. Discover now