Capítulo 28

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Estaba hablando con Theresa, las dos sentadas en sendas sillas playeras, al borde de la piscina. Ella usaba un bikini blanco y dejaba que el sol descendiera sobre su piel desnuda sin ninguna capa de protector solar, porque en ese universo no lo necesitaba. Su piel era tan inmune como infranqueable su sistema inmunológico. Theresa tenía puesto una malla enteriza y llevaba unas gafas para el sol que hundían sus ojos en dos círculos de café espeso.

—Sal Whitman no la está pasando tan bien como tú, querida —dijo Theresa estirando sus codos hacia atrás con las manos detrás de su cabeza—. Está preocupado por su, ¿cómo decirlo?, consciencia. Se adjudica la muerte de ese oficinista y ...

Theresa no estaba buscando la manera de seguir contando las desventuras de Sal. Su cabeza se inclinó hacia adelante como si el ruido de algo la pusiera en una actitud de alerta. Gillian no oía más que el silencio de una mañana organizada para su relajamiento. En el cielo no se veía ninguna nube, solo la pista turquesa y combada desde la que un sol diminuto pero concentrado le doraba su piel al grado que ella esperaba. Pasando las cercas que rodeaban el perímetro de aquella casa de descanso, estaba la ruta que en ese momento servía de traslado al viento y como punto de reunión ocasional de aves. Theresa se sacó las gafas. Sus ojos estaban abiertos como platos. De perfil, parecían que se hinchaban hacia adelante, empujados por las pupilas que querían liberarse. Se puso de pie y se disculpó, diciendo que tenía que ir a inspeccionar un problema que había surgido en el nuevo tramo de rutas. A Samantha le sorprendió porque la entidad del portal podía estar en dos lugares a la vez. Por eso, mientras trabajaba en comunicar los puntos inexplorados del universo mental de Gillian, podía estar cerca de ella, como en esa ocasión, como una casera metiche que no confiara en los hábitos de vida de sus inquilinos. Cuando desapareció de su campo visual, aquella zona rural apartada de la vida bulliciosa empezó a cambiar. Al comienzo, algunos automóviles arrastraron el ruido de sus motores por la autopista y minutos después hicieron su aparición camiones de todo tipo hasta que no volvió a haber ningún intervalo de silencio entre transporte y transporte. Pero eso fue el comienzo. Gillian observó la cordillera, donde el cielo adquiría un brillo espectral y hacia donde los rayos del sol se debilitaban hasta morir. Estaba más cerca que antes. Sus picos recortados contra un firmamento de atardecer tormentoso habían crecido y se podía ver con más nitidez las laderas escarpadas de roca pelada. Eso significaba que estaba ocurriendo lo mismo que cuando ella había dejado el autocinema y había hecho esa llamada telefónica a casa. De pronto la luz menguó su intensidad como si algunas nubes hubiesen decidido quitarle la vista al sol, pero no había arriba el menor rastro de cumulus ni de cirros. Su piel se enfrió a causa de una ráfaga helada que se adhirió a la misma. Cuando volvió a mirar, la cordillera casi se podía tocar con la punta de los dedos. Una distancia de unos cuantos cientos de metros separaban a Gillian de su base. Rápidamente entró en la casa. Ya no le apetecía permanecer en aquel lugar. Comprendió que sin la cercana presencia de Theresa, las fronteras entre el paraíso y aquel mundo de tinieblas se borrarían como si estuviesen hechas de tiza. Cerró todas las ventanas, puso el seguro a las puertas y se dispuso a hacer lo posible por despertarse. No volvería a entrar en su universo, al menos hasta que Theresa regresara. Una angustia que atenazó su estómago la indujo a pensar en su situación, que distaba mucho de ser agradable. Dependía de la entidad para mantener alejadas las fronteras, de lo contrario, el caos del sueño haría añicos toda existencia ideal en aquel plano. Sentía que el engaño estaba ahí, que al aceptar el ingreso de la entidad a su vida, ella sería un nuevo tipo de ser dependiente de la voluntad de otro que sí tenía el control maestro de su propio universo. Pensó en lo que significaba ser humano, entonces y lo imaginó como a una criatura a la que hubiesen brindado un baúl que contenía una magia increíble pero sin ningún tipo de llave que abriera la cerradura, ni instrucciones de cómo se usaba lo que había allí adentro. Entonces tenía que venderle el baúl a alguien que si tuviera forma de abrirlo y manipular su contenido, a cambio de escapar de un plano de existencia miserable y disfrutar de los beneficios de esa magia. Eso había hecho. Ahora podía entrar al mundo del baúl, siempre y cuando la entidad estuviera cerca para mantener a raya la influencia del mundo detrás de la cordillera. Suspiró y decidió que antes de volver, tenía que probar hacer algo por su cuenta, intentar imponer su voluntad en ese entorno. Aprovechar el momento en que la entidad se había ido para poner en juego otro truco parecido al que había hecho para impedir que Theresa le leyera la mente. Después de todo, ni siquiera le habían preguntado si quería todo aquello. La habían engañado con una botella de cerveza. Una botella de cerveza que ni siquiera le habían ofrecido. Tenía que espiarla, como ella la había estado espiando desde el comienzo. Se acercó a un espejo que había en su dormitorio y pensó que era un buen lugar desde el cual observarla. Afuera se oyeron disparos y unos gritos distantes que respondieron a esos disparos. No quería asomarse pero intuía que las cordilleras habían desaparecido y que ella, con toda su casa de descanso, se habían trasladado al mundo de tinieblas. No dejó que eso la amedrentara. Se concentró, apuntando su voluntad hacia el espejo, viendo un punto laser que marcaba el lugar adonde ella quería disparar. Inevitablemente le habló al espejo, como la malvada reina del cuento de Blancanieves.

Túneles Blancos - Capítulo 1Where stories live. Discover now